Ahora que desgraciadamente parece que de nuevo retrocedemos con la pandemia, os traigo hoy una historia amable para aportar un pequeño punto de ánimo.

Hay ocasiones en que los animales establecen vínculos que más parecen inspirados por sentimientos que solemos otorgar casi en exclusividad a los humanos.

Sin analizar ahora el grado de exactitud real de esa manera nuestra de actuar, lo cierto es que cuando conocemos alguna historia que muestra algo así, seguimos sorprendiéndonos.

Incluso aunque los protagonistas pertenezcan a una familia que de sobra ha dado mil y un ejemplos de comportamientos “humanos”, como son nuestros amigos los perros.

Es este el caso que os traigo hoy, en el que podríamos hablar de un auténtico enamoramiento perruno que casi resulta conmovedor por lo profundo que parece ser y por la inquebrantable voluntad de uno de los miembros de esta particular pareja, para dar continuidad a su historia.

Los hechos siguen sucediendo en la actualidad y sus simpáticos protagonistas son un macho negro de unos diez años llamado “Pico” y una hembra canela de unos cinco, llamada “Petra”.

La participante humana en esta historia es Patricia, la dueña de la perrita desde que la adoptó con unos meses y a quién debemos haber conocido todo. Ella reside en la Plaza Azcuénaga, céntrica ubicación dentro de La Plata, en la zona de Buenos Aires.

Al parecer, una Navidad hace algunos años, Pico apareció asustado en la puerta de su casa, quizá por los fuegos artificiales y cohetes con los que la gente estaba celebrando las fiestas.

Compadecidos del pobre animal y como no sabían si podía ser de alguien que lo estuviera buscando, lo acogieron en su casa y allí estuvo un par de días hasta que en un momento que habían abierto la puerta de la calle, salió y desapareció tal como llegó.

No pensaron más en el perro y al poco a Patricia le surgió la oportunidad de adoptar a Petra, cosa que hizo encantada. Para su sorpresa, unos días después, el perro de la Navidad volvió a aparecer, mostrándose muy amistoso, como si recordara que Patricia le ayudó en su día.

Lo mejor fue que de inmediato mostró una conexión especial con Petra, fue como un auténtico flechazo. El perro, al poco se volvió a marchar, pero desde ese punto, sus visitas comenzaron a hacerse más y más frecuentes y era claro que la presencia de Petra tenía mucho que ver.

Por fin, un día Patricia se dio cuenta que el perro lucía una flamante placa de identificación en el cuello, por lo que pudo hacer por conocer a sus dueños, que resultaron vivir a unas tres manzanas de su casa.

Así se enteró de que Pico, como le llamaban, al igual que su Petra había sido adoptado en un refugio y sus dueños también se preguntaban dónde iría en sus paseos cada vez más frecuentes.

Entretanto, el buen Pico iba ahora a visitar a su querida Petra todos los días, hiciera sol o lloviera y pasaban unos maravillosos ratos juntos mostrando una química absoluta.

Sin embargo, sus dueños hubieron de mudarse un poco más lejos, pero aun en la población. Eso hacía que si el perro quería visitar a Petra, debía ahora hasta cruzar algunas calles con tráfico, por lo que Patricia pensó que le vería menos.

Pero estaba equivocada, puesto que el decidido animal aprendió el camino y sus peligros y no dejó de presentarse en sus visitas cotidianas, mostrando que su amistad con Petra era algo para durar.

Sin embargo, por temas de trabajo, los dueños de Pico hubieron de mudarse de nuevo, esta vez a Los Hornos, como a unos ocho kilómetros del domicilio en el que habitaban al comienzo de la historia.

Para todos, tanto ellos como Patricia y su marido, ese sería el final de la amistad de Pico y Petra, pues aunque acordaron verse de vez en cuando, sabían que sus respectivos quehaceres no iban a permitirles muchos encuentros.

Pero ninguno de ellos contaba con el inquebrantable Pico y su devoción por su amiga Petra. A los pocos días de instalarse, el animal se escapó y ante la cercanía de la noche sus dueños se preocuparon pero sin atar cabos al principio.

Sin embargo, sí los pudieron atar Patricia y su marido, puesto que cuando estaban ya en la cama, pudieron oír en la puerta de su casa unos inconfundibles ladridos, Al asomarse pudieron ver al simpático Pico sentado tranquilamente frente a su casa esperando a Petra. El matrimonio, a pesar de la hora, no pudo por menos de dejarla salir un poco a ver a su amigo pues ella también se había colocado en la puerta impaciente.

Al final, llamaron a sus dueños, que acudieron a buscarlo. Desde entonces son ellos mismos los que, como mucho cada ocho o diez días, acercan en coche a Pico a ver a su amiga, para que así no tenga que correr riesgos por el camino.

Si por algo no pueden hacerlo, el perro comienza a mostrarse nervioso y a poco que tenga la oportunidad se escapará para ir por sí mismo.

Cuando están juntos son la pura esencia de la felicidad, corren, juegan, saltan, se revuelcan, se asean, siempre juntos, como si el resto del mundo no existiera. Y cuando se deben separar siempre pasan un buen rato melancólicos.

Es realmente conmovedor ver cómo Pico se sienta frente al edificio de Petra cuando llega y le llama ladrando, con la mirada fija en la segunda planta, esperando verla asomarse y cómo ella tan pronto lo oye y ve, llama la atención de Patricia para que la abra y bajar a saludar a su querido amigo.

Incluso el inteligente animal muestra tener unos recursos asombrosos, pues si llama y nadie le contesta, ha sido capaz de aprenderse también el camino hasta la tienda de ropa en la que trabaja Patricia, ubicada no muy lejos de allí, de tal forma que ni corto ni perezoso se presenta en la misma reclamando que Patricia le abra el apartamento para que Petra pueda salir a reunirse con él.

Es una amistad tan fuerte y sincera que sigue exactamente igual hoy en día y ambos animales disfrutan cada momento juntos, enseñándonos que con tesón y perseverancia y junto a quienes demuestran estar a nuestro lado, se pueden enfrentar las dificultades y lograr esa parcelita de felicidad que, esa sí que es todo un misterio para conseguir.

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