Son innumerables los modos, maneras y comportamientos animales, en sus respectivos hábitats y en su día a día.

Ante ello, no deja de resultar curioso cómo algunos de ellos acaban instalándose en el imaginario colectivo humano en la idea de encontrar los porqués de esos comportamientos.

Unos se prestan más a las explicaciones realmente misteriosas que otros y nunca está muy claro qué es lo que motiva cuáles pasan a formar parte de los mitos y leyendas a la vez que tampoco se sabe lo que hace que se ignoren otros igual de sugerentes.

En esta ocasión quería hablaros de uno de esos mitos que quiere venir a explicar el tipo de vida de un conocido representante de la fauna autóctona de Puerto Rico.

Se trata de un pequeño búho, el más extendido en la isla, conocido como Múcaro común o de Puerto Rico (Megascops nudipes), ave bien conocida por los que viven allí.

Lo que su historia nos cuenta es la explicación al modo de vida nocturno y sumamente tímido además de discreto, de esta pequeña rapaz.

No es en efecto de gran porte pues su longitud se mueve entre los 23 a 25 cm de pico a cola, mientras que su peso oscila entre los 112 a 140 gr.

Su plumaje es marrón chocolate en general, siendo más blanco en pecho y abdomen, aunque hay una subespecie con un color que tira más al gris claro.

En cuanto a cómo llegó a tener esa vida nocturna y cauta, las historias antiguas nos dicen que en tiempos muy remotos los animales se unían una vez al año para celebrar unos festejos especiales, rotando los organizadores en cada ocasión.

Una vez que los encargados eran las aves, prepararon todo a conciencia y cuando llegó el momento de hacer llegar las invitaciones a todos los demás animales, eligieron al veloz halcón de cola roja para completar la tarea.

La rapaz realizó el encargo con suma diligencia y cuando le tocó el turno al último animal de su lista, el pequeño múcaro, se presentó en su puerta. Cuando le abrió, el halcón quedo sorprendido de encontrarle desnudo, sin una sola pluma en el cuerpo, por lo que con curiosidad le preguntó a qué se debía eso.

El búho le respondió tristemente que se le habían caído todas y que no iba a tener tiempo de que le crecieran de nuevo antes de los festejos, por lo que no podría ir.

Compadecido, el halcón regresó veloz con el resto de las aves para solicitar ayuda. Una vez enteradas de la situación, todas se pusieron a pensar en una solución, hasta que el astuto guacamayo exclamó que lo tenía.

Se le ocurrió que si cada ave le daba al múcaro una de sus plumas, tendría de sobra para poder confeccionarse una vestimenta provisional y podría así juntarse con todos en los festejos.

Dicho y hecho. El plan se puso en marcha y pronto el halcón regresó a casa del múcaro con un gran cargamento de plumas de todo tipo y color para ayudarle. El búho quedó encantado y agradecido y pronto pudo confeccionarse un maravilloso y colorido plumaje para cubrirse.

Eso sí, el halcón le dijo que era un préstamo de todos sus amigos alados, pero que después de la fiesta debería devolver las plumas a sus legítimos propietarios, cosa que el múcaro aceptó de buen grado.

Los festejos se celebraron por todo lo alto y fueron un gran éxito, todos los animales alabaron la organización de las aves y el pequeño múcaro fue centro de atención con su espectacular atuendo.

Sin embargo, a medida que se acercaba el fin de fiesta, algo cambió en la mente del búho. Comenzó a pensar que sí había tenido tanto éxito y el atuendo le quedaba tan bien, sería una estupidez devolverlo, por eso se le empezó a pasar por la cabeza la idea de quedárselo.

Cada minuto que pasaba y por tanto acercaba el momento de la devolución, esa idea tomaba más y más fuerza, hasta que en un momento en el que pensaba que no le prestaban atención, la pequeña ave se escabulló de la fiesta sin despedirse de nadie.

Al terminar todo, el resto de aves se percataron y comenzaron a preguntar y preguntarse dónde estaba el múcaro, pero nadie sabía nada, nadie había visto nada. Había desaparecido con las plumas de todos.

Cuentan que desde entonces, el pequeño granuja se hizo a la vida nocturna y a ocultarse en recónditos escondites en lo más profundo del bosque, procurando pasar siempre absolutamente inadvertido, en la confianza de no verse descubierto nunca y evitar ser obligado a devolver su bello traje emplumado.

Por eso nunca le encontraron el resto de las aves que le buscaron en los días y semanas siguientes. En realidad, cuentan los dichos que nunca dejaron de hacerlo y todavía hoy le buscan, por eso el pequeño múcaro conserva esos hábitos sumamente discretos queriendo seguir siendo invisible para el resto de las aves.

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