En la anterior entrada hablaba de la orca, el imponente cetáceo depredador, pues bien, en esta ocasión nuestro protagonista es un lejano pariente suyo, a pesar de que en lugar de aletas cuenta con cuatro sólidas patas.

Sin duda todos conocéis al formidable hipopótamo, uno de los más representativos embajadores de la fauna africana.

Igualmente sabréis que pasa la mayor parte del día en las aguas de ríos y lagos de su territorio, aventurándose en tierra firme para buscar su sustento vegetal, únicamente por las noches.

Sin embargo para el hecho de este comportamiento básico, independientemente de las explicaciones puramente zoológicas, es probable que no supierais que existe otra que se pierde en la tradición oral más remota.

Efectivamente, una antigua leyenda de Nigeria nos ofrece un relato que nos permite conocer de qué forma el colosal hipopótamo decidió adoptar su modo de vida actual.

Según nos cuentan, parece que en tiempos muy lejanos el gran mamífero se comportaba de una forma muy similar a otros animales de su porte, como los elefantes o rinocerontes, pastando en las praderas de la sabana y acudiendo a los ríos muy ocasionalmente para beber o darse un rápido baño refrescante, pero poco más.

Por entonces, otro habitante más humilde de las mismas zonas era la tortuga africana, que debido a tener tan colosales vecinos, siempre estaba preocupada por acabar aplastada, especialmente por esos hipopótamos tan despistados y despreocupados.

En los alrededores de la charca principal, tenía su territorio un gran macho que era considerado poco menos que el rey de los hipopótamos. Siempre transitaba por allí acompañado de su harén de siete hembras.

Le gustaba mucho hacer ostentación de su poderío y de cuando en cuando hacía cosas como invitar al resto de animales de la zona a fastuosos banquetes.

En uno de ellos, el enorme hipopótamo sorprendió a los presentes, entre ellos la tortuga, lanzando una pregunta al aire: ¿Alguno de vosotros conoce mi nombre?

Todos quedaron sin saber qué decir, porque efectivamente, la realidad es que nadie conocía el nombre del gran macho.

Ante eso, el poderoso animal les espetó: “Muy bien, pues si no conocéis mi nombre, tampoco podéis comer conmigo”.

Los invitados quedaron confusos y anonadados, pero tuvieron que retirarse decepcionados sin haber saciado su apetito con los ricos manjares que les esperaban.

Pero cuando se retiraban, el hipopótamo les llamó para decirles: “Os daré otra oportunidad. La próxima semana a la misma hora repetiré la invitación. Aquel que conozca mi nombre podrá quedarse a comer y además pedirme un deseo, que le será concedido”.

En el fondo el animal les había lanzado el reto con la seguridad de que nadie adivinaría su nombre y tampoco tendría por tanto que conceder deseo alguno a nadie. Únicamente las hembras de su grupo lo conocían y siempre estaban a su alrededor, por lo que no podría haber filtraciones.

Sin embargo el hipopótamo no contaba con la determinación de un pequeño animal. La tortuga vio en el reto su gran oportunidad para poder vivir más tranquila y decidió exprimir todo su cerebro para encontrar la manera de descubrir el enigma.

Finalmente creyó haber encontrado un plan genial y se dispuso a ponerlo en práctica. Una mañana  se levantó muy pronto y se dirigió a uno de los senderos entre la vegetación por el que sabía se movían los hipopótamos a diario.

Una vez en un punto estratégico cerca de la zona en la que solían acercarse al agua a beber y cuando calculó que estaban a punto de pasar como todos los días, la inteligente tortuga se enterró en la arena, pero de forma que la parte superior de su caparazón sobresalía un poco sobre el terreno, aunque casi invisible a primera vista.

Al poco, la comitiva se acercó por el camino. Por delante venían dos de las hembras. La primera pasó cerca, pero la segunda y tal como esperaba la tortuga, tropezó con su caparazón, lo que hizo que no pudiera evitar soltar una exclamación de dolor.

Entonces el oculto animal pudo escuchar con claridad: “¡Aughh! Instantim, ¡Me he hecho daño en una pata!”.

El quelonio no daba crédito. Su plan había funcionado y ahora conocía el nombre del gran macho. Podría poner en práctica la segunda parte de su idea.

Cuando llegó el día de la nueva invitación todos acudieron, tanto por comer gratis, como por la curiosidad de saber si alguien había resuelto el enigma y ganado el juego. Expectantes, los invitados esperaron el momento en el que el hipopótamo volvió a lanzar la pregunta de si alguien conocía su nombre.

Se hizo un profundo silencio, pero entonces, desde atrás se oyó una voz que dijo con convicción: “Yo lo sé”. Todos se volvieron hacía allí y quedaron sorprendidos al ver que se trataba de la humilde tortuga.

Ella avanzó hasta estar frente al enorme hipopótamo y con voz firme volvió a hablar: “Istantim, tu nombre es Istantim”.

Los presentes estallaron en aplausos mientras el gigantesco macho no tuvo por menos que asentir, a pesar de la contrariedad que supuso que hubieran descubierto su juego y más la insignificante tortuga, que por supuesto aprovechó la ocasión para continuar pidiendo que cumpliera su promesa y le concediera el deseo que pidiera.

El hipopótamo no podía ahora desdecirse delante de todos, por lo que se dirigió a la tortuga para que le explicara cuál era su deseo. Entonces, el pequeño animal le dijo que quería que ellos vivieran a partir de entonces en el agua, saliendo solo por las noches, para que ella pudiera transitar tranquila por la sabana sin miedo a ser aplastada.

De esa manera, los grandes animales pasaron a adoptar ese nuevo estilo de vida que ya sería característico hasta nuestros días, permitiendo que las tortugas pudieran hacer su día a día con más tranquilidad.

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