Si lo recordáis, unas entradas atrás os hablé de los gatos del Museo Hermitage de San Petersburgo y su curiosa historia (https://www.misterioanimal.com/felinos-en-el-hermitage).

Pues bien, en realidad los gatunos personajes tuvieron un papel todavía más importante para el devenir de la ciudad en unos tiempos tan difíciles como fueron los de la Segunda Guerra Mundial.

Como también relataba en aquella entrada, durante el sitio de la ciudad, entonces Leningrado, por parte de las tropas alemanas durante casi tres años, entre 1941 y 1944, sus habitantes se vieron sometidos a una feroz hambruna que hizo que desapareciera cualquier cosa mínimamente comestible, incluidos por supuesto los animales domésticos, que desaparecieron del mapa.

Ni un perro o gato se veía por las calles, pero claro eso provocó otro problema que acabó con la escasísima comida que pudiera quedar disponible.

Al no haber depredadores, los roedores, tanto ratones como especialmente ratas, proliferaron de manera estratosférica. Mucho más difíciles de controlar y perseguir, aunque desde luego los hubo que acabaron también por servir de alimento, había tantos, que se convirtieron en un problema gigantesco tanto de salud pública, como por erigirse en competidores directísimos para hacerse con lo poco comestible que pudiera quedar.

Los escasos almacenes o depósitos que todavía permanecían medio disponibles con las últimas reservas de grano o comida introducida heroicamente atravesando el cerco alemán, fueron invadidos y arrasados por ratas y ratones dejando a los seres humanos inermes ante la trágica situación.

Las autoridades locales intentaron por todos los medios disponibles acabar con la plaga, lucha en la que se vieron envueltos todos habitantes de Leningrado, por si no tuvieran bastante con las tropas que les rodeaban, pero mientras la batalla en el exterior se mantenía en punto muerto, en el interior las ratas iban ganando claramente.

Llegaron a ser un peligro muy real puesto que hasta entraban a las casas y atacaban a niños o durmientes, en su busca, ellas también, de algo que llevarse a la boca.

Sin embargo, hacia finales de 1943, alguien tuvo una idea que pasaría a la historia, aunque su nombre propiamente no lo hiciera. Con muchísimas dificultades y en momentos concretos, la resistencia conseguía romper el cerco e introducir algunas escasas provisiones para los hambrientos asediados.

Pero esa vez, los otros combatientes que ayudaban a los habitantes de Leningrado debieron sorprenderse en extremo cuando por los cauces secretos mediante los que se comunicaban, les llegaron las peticiones de los sitiados, con el material que necesitaban con más urgencia.

Lo normal es que los víveres fueran siempre el elemento principal, aunque no esta vez, pues lo que los habitantes de Leningrado solicitaban eran ni más ni menos que ¡gatos! Efectivamente, lo que querían en esta ocasión era que se las apañaran para poder enviarles unos cuantos gatos a la ciudad.

Y por extraño que parezca, sus colaboradores se las ingeniaron para cumplir esas peticiones y en un momento que consiguieron abrir una brecha en el cerco, lograron hacer pasar un tren de mercancías con cuatro vagones que había partido desde la población de Yaroslav, en el que iba un importante cargamento de gatos que habían sido recogidos principalmente por tierras siberianas, dada la robustez de los gatos de la zona.

No hay cifras exactas, pero se dice que pudieron ser alrededor de 5.000 los gatos que llegaron a la ciudad. Tan pronto lo hicieron fueron estratégicamente distribuidos por las autoridades en todos los puntos sensibles de la ciudad.

Se organizaron grupos vecinales para encargarse de la gestión de las diversas colonias y los felinos pusieron manos a la obra de inmediato.

Se distribuyeron animales también en museos, hospitales o escuelas para intentar lograr una cierta normalidad dentro de su situación.

Un gran grupo de animales fue puesto a disposición de lo que quedaba de ejército en la ciudad, que preparó una unidad para atacar a los roedores en los puntos más importantes, pasando los mininos a formar parte de la defensa de la plaza como uno más, hasta el punto que llegaron a tener un nombre que pasaría a ser legendario para la historia de la ciudad.

Pronto aquellos animales fueron conocidos como la “División Maullido” y sus hazañas acabando con la plaga y ayudando a que los habitantes de Leningrado pudieran subsistir hasta el final del asedio, quedaron para siempre en la memoria de los agradecidos ciudadanos.

Fue por ejemplo legendaria la toma de la principal fábrica de harina de la ciudad, sí toma, porque los soldados lo plantearon como una operación militar. Era una instalación indispensable pero totalmente invadida por las ratas y por tanto inutilizable, que fue liberada por los comandos gatunos que fueron abriéndose paso y conquistando cada rincón hasta dejarla libre de roedores.

Ese episodio ha sido incluso novelado por ejemplo, por el autor J.R. Fuentes en su libro “División Maullido. Una historia real”.

Y por supuesto, los propios habitantes de la actual San Petersburgo tampoco han olvidado a aquellos gatos y de hecho, en el año 2000 se pusieron en marcha una serie de cuestaciones populares e iniciativas de las autoridades, que tuvieron como resultado la colocación de varios monumentos por toda la ciudad en recuerdo de la ayuda que tuvieron por parte de sus amigos gatunos en momentos tan difíciles, de algunos de los cuales son las fotos que acompañan esta entrada.

Hasta en la ciudad de Tiumén, allá por tierras siberianas, han rendido homenaje a los gatos que partieron de toda esa zona en la ayuda de Leningrado, con unos grupos escultóricos que se encuentran en la llamada “Plaza de los gatos siberianos” y que hoy son un atractivo más para los visitantes.

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