Aunque sin duda Semana Santa es una época del año normalmente aprovechada por muchos para viajar por todas partes, la situación que desgraciadamente vivimos ha tirado eso por tierra por segundo año consecutivo.

Está claro que las cosas no hacen especialmente recomendable moverse con tanta alegría como antes, pero eso no quita para que no podamos imaginar qué destinos nos serían más apetecibles.

Y sin duda la bonita ciudad de París aparecería seguramente entre los preferidos. No hace falta enumerar los numerosos atractivos que posee la capital francesa para que acudamos a visitarla, por lo que no voy a haceros yo un tour virtual ahora. Si bien, sí quería contaros una pequeña historia.

Es algo que tiene que ver con una curiosa particularidad de la ciudad que posiblemente la mayoría de vosotros desconocíais. En concreto con su calle más pequeña.

En pleno centro antiguo parisino, en el distrito quinto, muy cerca de la preciosa catedral de Notre Dame pero en la ribera contraria del Sena, se halla la mencionada calle, que se ha ganado a pulso el curioso título de ser no solo la más corta sino la más estrecha de todo París.

Posee únicamente 26 metros de largo y nada más 1,80 metros de ancho, por lo que a poco que andes un par de zancadas ya te la habrás pasado y ni se te ocurra ir en grupo pues lo mismo ni cabéis.

Con esos atributos es normal que la callecita se halla ganado un merecido hueco entre las curiosidades de la capital gala. Pero es que además, sobre ella gira una no menos curiosa leyenda que es la que ha traído ese rincón hasta aquí.

El propio nombre de la calle, que hasta ahora no había mencionado intencionadamente, ya os dará una pista, pues la pequeña callejuela recibe el nombre de “Rue du Chat qui pêche”. Es decir, “Calle del Gato que pesca”.

Si bien, en realidad ese nombre actual lo tomó de una antigua tienda de aparejos de pesca de las inmediaciones, la historia relacionada con el pasaje tiene también relación directa con un gato, por lo que el nombre ha acabado por relacionarse más con este último detalle.

Resulta que allá por mediados del siglo XV vivía en esta calle un canónigo de nombre Dom Perlet, que según cuentan era también aficionado y prácticamente de las técnicas de la alquimia.

El hombre tenía un bonito gato, negro para más señas y que en la historia no falte de nada, que al parecer era un consumado pescador. Era frecuente verle en la cercana orilla del Sena capturando peces con gran habilidad y de un único y rápido zarpazo.

Por unas cosas y otras, ambos personajes eran populares en la barriada. Pero claro, siempre hay personas malintencionadas y no faltaban algunos comentarios que asociaban los conocimientos del canónigo, incluyendo en el paquete a su gato negro, con la brujería y el demonio.

Tal fue que un aciago día, tres estudiantes medio borrachos  que no tenían nada mejor que hacer, se propusieron desenmascarar al que pensaban era el propio demonio.

Encontraron al pobre gato en su ribera del río y tras echarle un saco por encima lo sumergieron en el río a la usanza de las brujas, con el objetivo de ver cómo flotaba, señal de que estaría embrujado, lo que también demostraría la procedencia demoníaca del propio Dom Perlet.

En este punto, hay una ligera variación de la historia, pues en alguna fuente se dice que los estudiantes directamente mataron al gato y luego arrojaron su cuerpo al río.

Sea como fuere, el caso es que el gato desapareció. Lo curioso es que ese día también lo hizo el canónigo, por lo que aquellos estudiantes y las personas que desconfiaban del hombre, acabaron pensando que se había logrado el objetivo y aquella presencia maligna ya no estaba entre ellos.

Sin embargo, un par de semanas después todos ellos quedaron consternados, puesto que una buena mañana encontraron que el señor Perlet había vuelto a sus quehaceres habituales como si tal cosa.

Había una explicación. Un viaje ineludible por un asunto familiar, hizo que tuviera que abandonar su domicilio con premura y sin tiempo para explicar nada a nadie. Quiso el azar que aquello coincidiera con el penoso episodio del gato, por lo que la gente lo relacionó sin dudar.

Pero lo mejor estaba por llegar, porque cuando un vecino bienintencionado quiso contarle lo que había ocurrido con el minino, recibió con sorpresa la respuesta de Perlet que le dijo no entender qué le contaba, puesto que al llegar había tenido ocasión de saludar a su amigo felino que se encontraba pescando en su rincón habitual.

Asombrado, el vecino se acercó al río y efectivamente pudo comprobar cómo el gato se hallaba tranquilamente dedicado a su tarea tal como hacía habitualmente.

La noticia pronto corrió como la pólvora entre el vecindario y al parecer nadie volvió ya a osar molestar a Dom o a su gato, porque asociaron que de una manera o de otra, por el bien o por el mal, se encontraban protegidos y era mejor no tentar a la suerte.

Desde entonces, cuenta la leyenda que en ese rincón concreto del Sena, el más cercano a la calle del Gato que pesca, todavía se puede vislumbrar en ocasiones un singular gato de brillante pelaje negro azabache, que ajeno a las miradas humanas se afana en pescar su comida en el río.

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