Los seres voladores gigantes han formado siempre parte del imaginario colectivo en muchas culturas. No hablo en esta ocasión de los también innumerables mitos sobre animales voladores de tipo reptiliano antediluviano, sino más propiamente de animales emplumados.

Aves del estilo de las imponentes águilas pero con tamaños exageradamente mayores. Recordemos por ejemplo los legendarios “Rocs” cuyo origen está en la mitología mesopotámica, o también un ser que ya he citado en alguna ocasión y que aquí viene como anillo al dedo por proximidad y es el “Thunderbird”, el pájaro de trueno de los antiguos nativos americanos.

Son animales que pueden parecer fruto de la ensoñación, pero sin embargo, para una familia normal y corriente desde luego fue todo muy real.

Nos situaremos en el año 1977 y en la localidad de Lawndale, perteneciente al norteamericano estado de Illinois.

Fue en concreto el 25 de julio de dicho año. Ese día, a eso de las ocho de la tarde, la señora Ruth Lowe se encontraba en la cocina de su casa dedicada a sus tareas. Mientras, su hijo Marlon, de 10 años, jugaba en el jardín trasero, visible desde la ventana. Era una tranquila tarde de verano.

Sin embargo todo se iba a truncar de la manera más inesperada. Por un momento la señora Lowe pasó hacia el salón y por tanto dejó de tener al niño a la vista. De improviso oyó unos gritos desesperados y reconociendo la voz de Marlon, corrió hacia la cocina.

Cuando atisbó el jardín por la ventana no dio crédito a lo que veía. Su hijo forcejeaba con una gigantesca ave rapaz que lo había agarrado por los hombros e intentaba levantarlo en vuelo.

Sin pensarlo, la buena señora cogió unos trapos, lo único que tenía a mano, saliendo a la carrera al jardín y atacando con furia y a gritos al enorme animal. Por increíble que pueda parecer, tras unos segundos de lucha, el coraje de la madre amedrentó al intruso que acabó por soltar al niño y levantó el vuelo.

Fue entonces cuando la mujer reparó en que por encima de ellos, volando en círculos, había un segundo ejemplar igualmente desmesurado. Ambos se reunieron en el cielo y se alejaron juntos.

Todavía en estado de shock, madre e hijo se fundieron en un abrazo sin lograr comprender a qué se habían enfrentado. Lo que sí tenían claro es que no se trababa de animales corrientes pues ellos conocían bien la fauna local y aquello no se parecía ni de lejos a nada que hubieran visto nunca.

Cuando el marido llegó del trabajo, se abalanzaron sobre él para contarle lo ocurrido y le hicieron llevarles a la policía local para denunciar los hechos. En la comisaría, Ruth facilitó la primera descripción completa de las aves atacantes.

Según ella, tenían todo el aspecto de aves rapaces y eran de color negro, excepto por un anillo blanco alrededor del cuello. Su longitud total desde el pico a la cola estaría en torno a 1,50 metros. Cada ala, sin contar el ancho del cuerpo tendría como 1,40 metros y contaban con patas robustas de grandes garras dispuestas con tres dedos delante y uno detrás. Su pico fuerte y ganchudo era de unos 15 centímetros.

Ruth añadió también un detalle curioso. Ellos tenían un perro de medio tamaño que generalmente ladraba y se mostraba un poco hostil con cualquiera, persona o animal, que se acercara a la propiedad. Ese día ella intentó también azuzar al perro contra el ave que atacaba a su hijo, sin embargo, el can se cobijó bajo un árbol y no quiso moverse de allí con evidente miedo.

Por descontado la mujer pretendía que las autoridades se hicieran cargo del peligro y lo transmitieran al público para que sus vecinos estuvieran alerta. Sin embargo, en realidad no fue eso lo que pasó, puesto que en la práctica nadie creyó la historia de Ruth y Marlon y durante los siguientes meses fueron la comidilla de la población y objeto de diversas burlas y mofas.

Hasta a su propio marido le resulto difícil ponerse de su parte, pues todos creían que unas aves como las descritas no podían vivir en la zona sin haber sido vistas por nadie más y sin que nadie hubiera encontrado nunca rastro alguno de su presencia. Aparte de que no encajaban con ningún animal residente conocido.

Con todo y con eso, el marido contacto con algunos amigos y organizaron un par de batidas para intentar encontrar algo. Sin embargo no tuvieron éxito, aunque como detalle curioso parece ser que dos de los participantes dijeron haber encontrado en un árbol de un paraje apartado, algo parecido a un nido de ave pero de un tamaño desmesurado. Según contaron lo destruyeron, pero no tomaron ninguna fotografía ni muestra del lugar.

Posteriormente con el paso del tiempo la cosa se fue calmando e incluso olvidando y únicamente quedaron algunas posible explicaciones, desde una especie de alucinación conjunta de la madre y el hijo, a la presencia de algún ave no habitual en el territorio, como algún cóndor de California (Gymnogyps californianus) o incluso algún buitre negro europeo (Aegypius monachus), que hubiesen llegado allí accidentalmente de manera extraordinaria o también que pertenecieran a algún coleccionista local y se hubieran podido escapar.

Estas aves, por su fisonomía y envergadura, podrían ser las únicas que pudieran cuadrar al menos lo suficiente, con las relatadas por Ruth Lowe, pero tampoco sería seguro.

Por supuesto tampoco faltaron los que pensaron en aves o seres de origen no terrestre, pero en cualquier caso, ninguna de las teorías pudo ser constatada de una manera satisfactoria y el suceso ha quedado en el aire desde entonces.

Hubo no obstante un pequeño episodio a reseñar, nada menos que en el año 2012, cuando un investigador, escritor y divulgador, llamado Lon Strickler, hizo público un correo electrónico que le habían enviado y en el que se describía algo perturbador.

Al parecer se lo enviaba una chica, que le pidió mantener el anonimato, contando que le escribía después de ver cómo la familia Lowe llevaba ya tanto tiempo habiendo sido objeto de descrédito por su relato. Y lo hacía porque pensaba que llevaba mucho con una deuda pendiente y es que, según ella, podía confirmar su avistamiento y había callado ya demasiado.

En el correo, la chica explicaba que justo un día antes del incidente de los Lowe, ella había sido testigo del paso de unas aves que bien pudieran ser las mismas. Y no únicamente ella, porque al parecer iba con otros amigos.

Todo ocurrió en la localidad de Springfield, también en Illinois y ubicada no muy lejos de Lawndale. El grupo de amigos había hecho una caminata por el bosque por una zona conocida como Spring Creek. Estaban ya haciendo la ruta de regreso cuando de improviso, de unos árboles cercanos levantaron el vuelo dos increíbles y gigantescas aves.

De inmediato comenzaron a planear en círculos sobre el grupo de amigos. En esos instantes pudieron verlas con todo detalle ya que estimaron que estarían únicamente a unos tres metros de altura sobre ellos. Constataron que eran ciertamente enormes, de color negro y llegaron a verles unas imponentes garras.

Todo el grupo entró en pánico y corrieron sendero abajo tropezando y resbalándose, aunque las aves no hicieron ningún movimiento agresivo. La chica dice que llegó a pararse y volverse en un momento dado, pudiendo ver entonces cómo las aves tomaban dirección norte y se alejaban volando con fuertes y lentos aleteos.

Al volver, según seguía contando en su correo, únicamente ella contó lo observado a sus familiares, que no creyeron nada y también se burlaron.

Cuando a los pocos días se empezaron a conocer las noticias sobre el incidente de Lawndale, la cosa cambió, pero viendo las consecuencias que el relato de los hechos estaba teniendo para los Lowe, la convencieron para que no dijera nada sobre su observación. Al parecer con el resto de los integrantes del grupo que fueron testigos junto a ella ocurrió algo similar y ni siquiera ha trascendido que nadie más haya apoyado el relato de esa chica anónima, que según decía hacía público por primera vez en ese correo.

Ella terminaba afirmando que siempre había tenido bien claro que lo que vio no eran aves normales, que eran mucho más grandes que cualquiera que ella hubiera visto o conocido y mostró su curiosidad por algunos detalles, como por ejemplo el hecho de que con ese tamaño fueran capaces de posarse en lo árboles sin enredarse o romper las ramas altas en las que los vieron. Por lo demás, no fue capaz de aportar algún otro indicio que pudiera conducir a una identificación con alguna especie conocida.

Pero, tantos años después, ¿Qué motivó que esa chica escribiera a Strickler precisamente entonces? Pues al parecer está relacionado con el hecho de que un “Youtuber” en temas de naturaleza y caza, llamado John Huffer, subió a su canal un vídeo antiguo en el que supuestamente se podían ver unos “pájaros de trueno” evolucionando. Al inicio se ven dos posados en un árbol y luego la cámara, a lo largo de diversos planos diferentes, sigue a uno de ellos mientras vuela.

Según el autor, las imágenes, de bastantes años de antigüedad, las obtuvo cerca del lago Shelbyville, también en Illinois y que en realidad fue creado artificialmente al hacer una represa en el río Kaskaskia. Es una zona de recreo bastante popular. Cuenta asimismo que en su día las hizo llegar a varias universidades para que las estudiaran pero en ninguna fueron capaces de identificar con claridad la especie que aparece en el vídeo.

Ese vídeo debió ser el detonante para que la chica escribiera su correo, pues según contaba en una parte del mismo, lo reflejado en la filmación cuadraba a la perfección con lo observado por ella y su grupo.

Para finalizar la historia de este caso, y como seguro que os ha picado la curiosidad este último dato, podéis ahora visualizar el vídeo en cuestión y haceros una idea mejor de todo lo contado. Es la versión que el autor volvió a subir en 2016. Como curiosidad, veréis que al final se puede solicitar una copia ampliada de nada menos que media hora de duración.

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