Son innumerables y de todos los tipos imaginables las historias increíbles que la Segunda Guerra Mundial sacó a la luz a lo largo y ancho nuestro planeta.

En alguna ocasión han aparecido por aquí algunas de ellas a las que vamos a sumar una más que de no estar más que documentada, podría pasar por una leyenda urbana de las que también estos tremendos conflictos suelen crear.

Sobre todo porque aparte de decenas de protagonistas humanos tiene uno animal que en principio nadie esperaría.

Se trata nada más y nada menos que de un impresionante oso pardo, hablo de la historia del legendario oso “Wojtek”.

Comencemos por el principio. Tras el inicio de la operación Barbarroja en junio de 1941 que marcó el comienzo del ataque de Hitler a la Rusia de Stalin, los aliados vieron la oportunidad para que los rusos colaboraran con su propio bando, entendiendo ahora que todos tenían un enemigo común.

Pero en las rápidas y discretas negociaciones que se entablaron, hubo otro actor participante. El gobierno polaco, en el exilio tras la invasión alemana de 1939, peleó por conseguir la liberación de un gran número de civiles y militares propios que habían sido hechos prisioneros en el reparto del país entre alemanes y soviéticos.

De esta forma, más de 60.000 personas se encontraron en medio del Asia central soviética, sin saber muy bien qué hacer. Los civiles acabaron por tomar el camino de regreso hacia su país, pero los militares, más de 25.000 combatientes, no quisieron en su inmensa mayoría pelear ahora junto a los rusos, por lo que optaron por desplazarse hacia tierras palestinas con el fin de unirse allí al ejército británico.

En Irán, los ingleses separaron a los polacos en dos divisiones. La primera acabaría teniendo como destino tierras libanesas, mientras que a la segunda se le encomendó la misión de trasladarse hasta Palestina para reforzar a una unidad de la resistencia polaca que ya operaba en la zona.

Para ello, tomaron la ruta a través de los montes Zagros, entre Irán e Iraq. Y es durante esta travesía cuando la curiosa historia que da pie a esta entrada comenzó a tomar forma.

Resulta que un día los soldados se toparon  con unos refugiados entre los que se encontraba un niño que llevaba nada menos que un osezno de pocas semanas de vida, cuya madre había sido muerta por unos campesinos.

El osezno estaba bastante escuálido y algunos soldados se compadecieron del animalito. Ofreciendo al niño viandas de sus suministros y otros obsequios, consiguieron que les regalara al animal y se lo llevaron con ellos.

Al parecer había algunos hombres duchos en la crianza de animales y se hicieron cargo del nuevo compañero. Improvisaron hasta un biberón con una botella de vodka y consiguieron que el animal ganara peso y saliera adelante.

Pronto oso y soldados se hicieron amigos y el plantígrado se convirtió en un personaje popular dentro del contingente, al que todos aceptaron y tomaron bajo su protección. Le dieron el nombre de “Wojtek”, que viene a ser algo como “Guerrero sonriente”.

Cuando finalmente las tropas desplazadas llegaron al campamento de destino, el oficial al mando que los recibió agradecido, comandante de las fuerzas de la resistencia polaca y de nombre Wojciech Narebski, quedó con la boca abierta cuando reparó en uno de los “soldados” en especial, mucho más peludo que los demás.

El hombre no sabía cómo proceder. Lógicamente su primera idea fue expulsar al oso de su campamento por el peligro que representaba aunque todavía no era más que un mozalbete, pero después de ver lo amigable que era con todos y cómo los soldados lo cuidaban y consideraban uno más, se dio cuenta del buen efecto que el animal tenía sobre la moral y la compenetración de esos hombres, por lo que optó finalmente por permitir que Wojtek siguiera en el campamento.

De esta forma, el oso fue ganado peso y dimensiones, mientras los hombres le enseñaron cosas como lucha libre, por extraño que parezca, o a ayudarles cargando material diverso con su cada vez mayor fuerza. Aparte de actividades tan peregrinas como beber cerveza, de la que pronto se mostró un entusiasta.

Le enseñaron hasta a desfilar y formar en dos patas y a transportar la delicada munición de los obuses, proyectiles de gran peso.

No obstante, cierto es además que algunos hombres lo aprovechaban para gastar bromas a otros como fingir que los atacaba para comérselos y desde luego otras trastadas propias sí que hacía. Le encantaba por ejemplo ir a las duchas y a veces hacía huir a los que allí se encontraran para refrescarse tranquilamente. Alguna que otra vez también se las vio con el almacén de provisiones, armando algún estropicio.

Pero en general, la convivencia era más que aceptable y Wojtek era desde luego uno más de los integrantes de la unidad.

Una noche, incluso puso en fuga a un espía que había logrado colarse en el campamento y que detectó como un extraño. Por ese servicio, los mandos decidieron asignarle su propia ración de cerveza y un tiempo exclusivo en las duchas, cosas ambas muy estimadas en las condiciones generales del campamento en guerra.

Pero sin duda, la prueba final de la compenetración entre los soldados y Wojtek, llegó en 1944, cuando las tropas polacas fueron reclamadas para una ofensiva en Italia, destinada a acabar con una línea fortificada conocida como la Línea Gustav.

En ella había un enclave estratégico ubicado en un monte que dominaba un valle vital para abrir el paso hacia Roma. Se trataba de la abadía de Montecassino.

Cuando los soldados recibieron la orden, no imaginaban que iban a participar en una de las batallas más famosas de toda la Segunda Guerra Mundial, pero se aprestaron a embarcar en el navío británico que los llevaría hasta Italia.

Sin embargo, se encontraron con lo que para ellos era todo un contratiempo. Los ingleses se negaron a dejar pasar a Wojtek al barco. Ni siquiera al decirles que era la mascota de todo el contingente y ver lo amistoso que era.

Ninguno quería partir sin su peludo amigo y trasladaron sus súplicas a su comandante. Entonces tuvieron una brillante idea, que añadiría un punto todavía más curioso a la historia.

Ni cortos ni perezosos, los polacos decidieron alistar a Wojtek y convertirlo en un soldado más de la compañía. Le prepararon su propia documentación como soldado raso y el animal paso a formar parte oficialmente de la 22 compañía de suministros de artillería.

Sorprendentemente, la estratagema dio resultado y los británicos, al considerar ahora al oso un soldado más, le permitieron embarcar junto con el resto de las tropas.

En la legendaria batalla de Montecassino, las tropas polacas jugaron su papel y Wojtek cumplió con creces en la ayuda a los soldados llevando sin descanso las pesadas cajas de munición hasta donde eran necesarias y  aportando con su presencia un punto extra de moral y coraje a sus amigos humanos.

Tanto es así, que el mando polaco optó por reconocer sus méritos, ascendiéndole al rango de cabo y haciendo diseñar además un nuevo emblema para la 22 compañía, que a partir de entonces sería la figura de un oso transportando un proyectil de obus.

Desde entonces al final de la guerra, Wojtek siguió sirviendo junto a sus compañeros en las misiones que les fueron encomendadas. Cuando la contienda concluyó, muchos de los polacos decidieron no volver a su tierra, ahora convertida en satélite de la Rusia soviética de Stalin.

De esta forma, la casi totalidad de la 22 compañía decidió trasladarse a continuar su servicio en tierras escocesas. Por supuesto con ellos marchó el simpar oso. Fueron recibidos en olor de multitud en Glasgow, participando en un vistoso desfile de bienvenida en el que Wojtek fue la principal atracción, para deleite del público asistente.

Finalmente, en 1947, la compañía fue oficialmente disuelta. Las autoridades polacas querían hacerse cargo del oso y llevarlo a Polonia, pero sus compañeros de unidad lo desestimaron tajantemente y pidieron a los escoceses que lo hicieran ellos.

De esta forma, Wojtek halló un nuevo hogar en el zoológico de Edimburgo. Fue jubilado del Ejército con todos los honores y con el grado de teniente. Hasta la fecha no se sabe de ningún otro oso que haya alcanzado el rango de oficial en ejército alguno.

Allí pudo vivir ya en paz, recibiendo a lo largo del tiempo las continuas visitas de miembros de su unidad, además de por supuesto las de muchos habitantes y visitantes de la ciudad que querían conocer al famoso oso.

De hecho, el animal era capaz de reconocer cuando sus amigos le hablaban en polaco y se acercaba amistosamente al límite del recinto. Incluso algunos de ellos eran autorizados a entrar junto a él y podían así jugar un rato como en los viejos tiempos. Wojtek se convirtió en un auténtico embajador del zoo de Edimburgo, llegando a protagonizar algún documental de la BBC.

En su última época, algunos de sus antiguos compañeros intentaron montar una iniciativa para soltar al animal en los bosques escoceses, pero las leyes británicas lo hicieron inviable.

Finalmente, en 1963 y cuando se suponía tendría como 21 ó 22 años, el bueno de Wojtek falleció. La noticia tuvo un gran alcance y difusión en los medios de la época.

A la ceremonia que tuvo lugar en el zoo, acudió una multitud incluyendo por supuesto a muchos compañeros de armas. Se colocó una placa en su memoria y se le tributaron honores de héroe de guerra.

Años después, En 2015, un grupo de escoceses y polacos puso en marcha una petición con colecta para recordar a Wojtek. Lograron reunir más de 300.000 libras con las que se acabó erigiendo un memorial escultórico en los jardines de West Princes Street, de Edimburgo.

Curiosamente, para hacerlo se lograron traer unas placas de granito y unos sacos con tierra, procedentes de las montañas polacas y por si fuera poco, la inauguración oficial fue llevada a cabo por el mismísimo Wojciech Narebski, aquel comandante que permitió que el oso se quedara con ellos en Palestina, permitiendo así que la historia increíble de Wojtek llegara a tener lugar y se convirtiera en legendaria.

En aquel acto, Narebski afirmó que “Ya que Wojtek no pudo regresar a Polonia, por lo menos permanecerá sobre tierra polaca”.

Desde luego, la figura e historia del oso soldado, calaron hondo en el pueblo polaco y su recuerdo continúa muy vivo. Se han escrito artículos o libros y se han hecho programas en los que se cuentan sus aventuras y también hay, aparte del más representativo del zoo, otros monumentos en su honor, como el erigido en el pueblo fronterizo escocés de Duns en la región de Berwickshire, regalado por el pueblo polaco.

Para los soldados de la 22 compañía en especial, aquel peludo amigo fue sin duda un elemento vital para ayudarles a llegar al final de la contienda con vida y así lo transmitieron todos ellos con agradecimiento a lo largo de los años.

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