Después de la entrada anterior, algunos os habéis dirigido a mí expresando que os había gustado y que ese tipo de leyendas siempre dan una visión sorprendente del origen de muchas características que hoy vemos identificativas de determinados animales.

Por eso, os vengo a ofrecer hoy otra de esas leyendas en la espera de que también os resulte entretenida.

Habla de un animal realmente modesto, un insecto, pero con una particularidad que lo hace muy especial y que resulta ciertamente bella de observar en la Naturaleza, aunque cada vez sea más difícil.

Me estoy refiriendo a las luciérnagas, la familia Lampyridae, los lampíridos, que en realidad comprende variadas especies y por supuesto a su capacidad para producir luz.

Son insectos coleópteros, es decir parientes de los escarabajos y polífagos por su alimentación, pues hay especies tanto omnívoras como carnívoras, variando esto incluso en alguna especie entre su estado larvario o adulto.

En cuanto a esa llamativa habilidad característica de las luciérnagas como es la producir luz, no voy tampoco ahora a introducir un sesudo estudio científico, pero baste decir que a grandes rasgos intervienen en este proceso dos actores principales.

En primer lugar tendríamos la luciferina, que es un compuesto capaz de generar luz, cosa que hace al combinarse y reaccionar con su alter ego, una enzima llamada luciferasa. Por supuesto ambas están presentes en nuestras protagonistas.

Y por si habéis caído en la cuenta y os lo habéis preguntado, sí, efectivamente, tanto la primera como la segunda deben su nombre a Lucifer, pues recordad que en origen también era un ángel de luz.

Hay otras muchas curiosidades biológicas sobre las fascinantes luciérnagas, como por ejemplo que las diversas especies presentan patrones de luz identificativos, que tanto las larvas como los adultos emiten luz, o el reciente descubrimiento de unos científicos israelíes de la Universidad de Tel Aviv, en el sentido de que producen con sus alas unos ultrasonidos que son capaces de ahuyentar a los murciélagos.

Pero siendo también aspectos interesantes, creo que va siendo hora de dejar esos asuntos más puramente biológicos al margen y centrarnos en conocer la historia de cómo adquirieron su particular luz.

Sobre esto existe una leyenda de origen maya que nos acerca una explicación para algo tan representativo.

Resulta que hace mucho, mucho tiempo, habitaba en el Mayab (El antiguo reino de la creación), un poderoso chamán que tenía la admirable habilidad de poder curar todas las enfermedades.

Su modo de actuación era siempre el mismo. Cuando alguien llegaba a él desde cualquier rincón, aquejado de algún mal, el chamán sacaba de su bolsillo una brillante piedra de color verde esmeralda y se la pasaba por encima mientras susurraba unas poderosas palabras que solo él conocía.

Lo cierto es que el procedimiento funcionaba en todos los casos y la fama del chamán se extendía por todos los rincones del Mayab.

Sin embargo, un día que estaba paseando por la jungla buscando plantas para sus tisanas, le sorprendió una terrible tormenta y hubo de salir de allí a carreras y apresuradamente, con tan mala suerte que en su precipitación no se dio cuenta de que la piedra verde cayó de sus bolsillos.

Cuando llegó a su choza y reparó en la pérdida quedó consternado pues esa piedra era de suma importancia y no imaginaba cómo lograría recuperarla en la espesura de la jungla.

Por ello, pidió ayuda a sus amigos los animales. A su petición respondieron rápido algunos como el ciervo, la liebre, el zopilote (Una especie de buitre) o el humilde cocay, que no era otro que el antecesor de las luciérnagas actuales.

Todos se pusieron manos a la obra con tesón, especialmente el insecto, que por su tamaño cubría menos terreno pero no dejaba rincón por explorar con gran determinación y persistencia.

Sin embargo, acabó siendo el gran ciervo el que tuvo la suerte de encontrar la buscada piedra verde. Pero la cosa no iba a acabar ahí, porque en lugar de correr al encuentro del chamán, el ciervo pensó que podría aprovechar su oportunidad.

En la idea de poder sanar todos los males y ganar fama y fortuna, el animal decidió tragarse la piedra. Pero el mineral no puso de su parte y provocó al ciervo un terrible ardor estomacal que acabo haciendo que vomitara la piedra sobre el lecho del bosque. Asustado, corrió a esconderse en la espesura para no tener que dar cuentas de sus actos.

Entretanto, ajenos a todo esto, los demás seguían su búsqueda. Sin embargo el zopilote volaba demasiado alto como para alcanzar a ver la piedra en la espesura y otro tanto sucedía con la liebre, que transitaba por la jungla demasiado rápida como para advertir nada.

Por ello, al final ambos se acabaron cansando y abandonaron su tarea, quedando únicamente en ello el incansable cocay que con determinación absoluta seguía filtrando la jungla palmo a palmo.

Pero a pesar de todo su ánimo, no podía evitar sentir cierto desasosiego pues se veía como una insignificante criatura dentro de la colosal jungla y comprendía que la tarea en la que se había embarcado era titánica.

No pudo evitar que una oscura noche, parte de su interior no parase de preguntarse cómo iba a ser capaz de ver la piedra, sobre todo en la negrura nocturna, adueñándose por primera vez de su pensamiento, una sensación de derrota.

Pero fue entonces cuando sucedió algo extraordinario, pues de improviso su vientre se ilumino con una fosforescente luz que le permitió ver en la oscuridad y poco después su búsqueda concluyó, pues el infatigable insecto logro hallar la perdida y deseada piedra verde.

Exhausto pero feliz, el cocay voló hasta la choza del chamán con su tesoro entre las patas, faltándole tiempo además para contarle la sorprendente historia de cómo había encontrado algo tan importante.

El chamán, en su ancestral sabiduría le contó al cocay que esa luz había sido un regalo de los dioses para agradecer su nobleza, fidelidad, tesón y determinación. Pero eso no era todo, pues le transmitió al asombrado insecto que ese regalo iba a ser para siempre, pues los dioses, habían decidido que así fuera como merecida recompensa.

Desde entonces, todas las luciérnagas son capaces de producir luz y la hacen brillar con orgullo en recuerdo del carácter infatigable y tenaz de su antepasado.

Por cierto, si tenéis la ocasión, existe un lugar en el que esa capacidad puede contemplarse en todo su esplendor de una manera maravillosa. Se trata del Santuario de Michoacán, que tiene categoría de Reserva de la Biosfera, ubicado en México y famoso mundialmente además por ofrecer un espectáculo similar con otro insecto, la mariposa monarca (Danaus plexippus).

En invierno, las espectaculares concentraciones de estas bellas mariposas rivalizan con los espectáculos de luz de las luciérnagas, en las noches de mayo a agosto. Tanto una cosa como la otra son auténticos regalos de la Naturaleza.

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