Uno de los problemas de las zonas con riqueza arqueológica es sin duda la aparición de saqueadores que esquilman aquello que encuentran para ofrecerlo al mejor postor.

Pero además de llevarse lo que consigan encontrar, en no pocas ocasiones degradan o incluso destruyen el entorno de tal manera que hacen imposible realizar tareas de investigación arqueológica posteriores

Por ello, el perjuicio que causan a la comunidad es grande y los responsables de todas las zonas sensibles tienen como prioridad intentar combatir y prevenir esos expolios.

Sin embargo, en el caso que nos ocupa ha ocurrido algo nada habitual y es que precisamente gracias a la vigilancia por parte de las autoridades de unos saqueadores y su lugar de operaciones, ha sido posible realizar un notable descubrimiento.

Para continuar con la historia debemos ubicarnos antes en un lugar tan significativo para estas cosas como es Egipto y por supuesto todo está relacionado con la época de los faraones.

Allí, más o menos en la zona centro del país y en la ribera del Nilo, se encuentra la ciudad de Sohag (O Suhag). Este enclave cuenta, como tantos otros lugares del país, con su propia riqueza arqueológica y especialmente en el yacimiento de Al-Dayabat.

Ha sido precisamente allí dónde han tenido lugar los hechos. No hace mucho, una patrulla de vigilancia del cuerpo de Policía de Turismo y Antigüedades, daba con una banda a la que se le seguía la pista, consiguiendo atraparlos con las manos en la masa mientras realizaban excavaciones ilegales en una zona todavía sin trabajar del yacimiento.

Lo bueno de este caso es que cuando se personaron en el lugar miembros del Consejo Supremo de Antigüedades, el organismo oficial que tiene la máxima autoridad sobre el patrimonio arqueológico, se dieron cuenta de que los saqueadores podrían haber hecho un descubrimiento de cierta importancia.

Por ello, no tardaron en organizar su propia excavación oficial, gracias a la que pudieron constatar que en efecto así era, porque encontraron una nueva tumba, que si bien no era grande en tamaño si tenía la trascendente particularidad de conservar en un estado excepcional las pinturas que la adornaban.

Se trataba de una sepultura dividida en dos pequeñas salas, en una de las cuales aparecieron dos sarcófagos de piedra caliza y en ellos dos momias en un muy buen estado de conservación.

Con los primeros estudios efectuados, han datado la estructura como perteneciente al período Ptolemaico, que se extendió entre los años 305 al 30, antes de Cristo, siendo ya el último de los tiempos faraónicos como tales, antes de que Egipto acabara incorporado al Imperio Romano.

Parece ser que la tumba perteneció a un alto funcionario de nombre TouTou. Se cree por tanto que una de las momias es la suya y en cuanto a la otra se piensa que es la de su mujer, que aparentemente era música, aunque esos extremos deberán ser confirmados tras posteriores análisis y estudios que se realizarán en la tumba y sus hallazgos.

Pero no es ese detalle en concreto el que ha llevado a declarar a Mustafá Waziri, el prestigioso y poderoso secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, que esta tumba es uno de los descubrimientos más importantes que se ha hecho nunca en la zona de Sohag.

Son otros dos aspectos del enterramiento los que lo hacen singular. En primer lugar, como ya apunté, el extraordinario estado de conservación de las pinturas interiores, que podéis apreciar en las fotos de ejemplo que ilustran esta entrada, de donde esperan extraer mucha información estudiando sus jeroglíficos e imágenes.

Pero también hay otro aspecto curioso que sin duda entronca más con nuestras materias habituales y es que entre lo encontrado en la estructura, los investigadores han podido catalogar un número nada habitual de animales momificados.

Evidentemente, no es la primera vez que en una sepultura del antiguo Egipto aparecen animales momificados, pero en esta tumba en concreto se producen un par de particularidades que la hacen especial.

En primer lugar, llamó la atención de los arqueólogos la cantidad de animales encontrados, que, en relación al tamaño del enterramiento y la importancia del personaje, era mucho mayor de lo visto hasta entonces, llegando a sobrepasar los 50 ejemplares.

Pero además y también como caso poco habitual, entre esos ejemplares había representados un elevado rosario de especies, pues se han podido identificar, gatos, perros, musarañas, ratas, ratones, halcones y águilas.

Es sabido el tratamiento casi religioso que los egipcios daban a determinadas especies y en general el respeto que tenían por la fauna de su entorno. Los gatos por ejemplo eran para ellos semidivinos y todos hemos oído historias de cómo los veneraban, siendo uno de los animales que más ha aparecido en las sepulturas, acompañando a los humanos en ese último viaje terrenal.

También halcones y águilas eran muy apreciados y los perros se estimaban útiles animales. No eran tan populares ratas y ratones, de ahí el punto curioso de esta sepultura. En cuanto a las musarañas, animales tampoco habituales en las tumbas, se piensa que pudieron colocarse ahí por la creencia de que podían curar la ceguera, debido a sus hábitos nocturnos y por tanto a su visión.

Todas estas particularidades del enterramiento, incluida desde luego la de los animales momificados, han hecho que la nueva tumba se haya convertido en una parte importante del patrimonio del país aunque no tenga la majestuosidad y grandiosidad de otros tesoros arqueológicos egipcios por todos conocidos.

Una nueva adición, en la que, como hemos visto, nuestros amigos animales se encuentran muy presentes, como lo estaban sin duda en el día a día de las gentes de la legendaria civilización egipcia.

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