Siendo los mares y océanos unos elementos tan fundamentales en nuestro planeta y para el devenir de la propia especie humana, es lógico que sean también caldo de cultivo para las más variadas historias terroríficas legendarias.

Sin duda, las que se refieren a monstruos marinos ocupan posiciones de honor entre ellas por la llamada extra a lo desconocido que implican y el puntito adicional de miedo que eso conlleva.

Hoy quería hablaros precisamente de uno de estos casos que además tuvo su origen no en la noche de los tiempos, sino en una época tan relativamente reciente como marzo de 1969.

Tecolutla, es una localidad costera ubicada en el Golfo de México, que cuenta actualmente con unos 5.400 habitantes. Como principales fuentes de ingresos podemos citar el turismo, la pesca y la agricultura.

Sus zonas playeras y de manglares, dentro de la llamada Costa Esmeralda, son un atractivo de primer orden para los visitantes.

Pues bien, todo tuvo como origen precisamente la arena de la playa, porque allí se descubrió algo que a todos los que pudieron contemplarlo sorprendió como nada que hubieran visto antes.

Aquella mañana, fueron descubiertos los restos de un ser absolutamente desconocido para aquellos hombres de mar, como una increíble muestra de todo lo que no conocemos todavía.

Lo cierto es que absolutamente nadie fue capaz de aseverar de primeras qué podía ser aquello, cosa además tampoco usual pues no era la primera vez que algún gran animal marino quedaba varado en la playa, sin que nunca hubiera habido problemas para identificarlo.

De los relatos de testigos que todavía se conservan y que dicho sea de paso no representan un gran porcentaje sobre lo que debió haber en su día, material en su mayor parte perdido, se puede inferir lo confuso e inusual que debió ser aquel descubrimiento para los lugareños.

Intentando componer el puzzle con esos datos, podría decirse que el ser que fue encontrado ese día tenía forma serpentiforme, unos 27-28 metros de longitud y llegó a pesar alrededor de nada menos que treinta y cinco toneladas.

Parecía estar cubierto de una gruesa piel a modo de armadura, pero de apariencia como peluda, siendo de un color predominantemente negruzco y se alcanzaba a intuir algo parecido a una línea longitudinal de un tono blanquecino.

Su imponente cabeza pesó más de una tonelada y presentaba una enorme y afilada mandíbula con lo que dicen algo como un gran cuerno en su parte inferior, a la manera de los narvales o los unicornios.

Como detalles adicionales, daba la impresión de que la cola debía haber sido similar a las de las ballenas, aunque estaba muy deteriorada y se apreciaban dientes de casi cinco centímetros en la mandíbula, por lo que se supone que el animal era de tipo carnívoro.

Esta sería un poco la descripción general de la criatura utilizando los testimonios disponibles. También existieron diversas pruebas gráficas, pero prácticamente todas excepto pocas de ellas (como las que tenéis por estas líneas) han corrido también una suerte pareja a las de la mayoría de las declaraciones de testigos.

Todo ese material es además muy difícil de recolectar de nuevo puesto que no pocos de los que se vieron envueltos en el incidente de una u otra forma fallecieron ya. Otros se marcharon de la localidad por motivos diversos y hasta alguno queda para los que el tema ya no interesa lo más mínimo y rechazan cualquier acercamiento al asunto.

Por descontado, a partir de ahí y desde todos los puntos de vista posibles, surgieron diversas teorías para identificar al visitante.

Se habló de un rorcual azul, el animal más grande en el planeta, pero algún punto, como la forma del cráneo,  no terminaba de cuadrar.

Narvales y orcas también fueron considerados candidatos, pero hubieran sido más fácilmente identificables y además son considerablemente más pequeños.

Desde fuentes de la criptozoología, se habló de estar frente a un ejemplar de “cadborosaurus”, una de las especies de serpientes marinas fabulosas que contempla esta disciplina, a la que se le adjudica incluso un nombre científico: Cadborosaurus willisi.

Curiosamente, también desde la criptozoología, se añadió otro posible candidato, esta vez emparentado con los mamíferos marinos, pero de similar aspecto al anterior, se trataba del “caballo de mar” (Halshippus olaimagni).

De hecho, en algunas fuentes se considera que en realidad estaríamos ante una misma especie.

Por descontado, se habló también de un superviviente perteneciente a alguno de los dinosaurios marinos descubiertos hasta la fecha, pero ninguna de estas teorías se pudo llegar a comprobar.

El problema vino de que los restos estaban ya de por sí algo deteriorados y por si fuera poco la operativa de su traslado a un lugar más adecuado para su almacenamiento y estudio los perjudicó todavía más.

Si añadimos que algunas personas aprovecharon para apropiarse de partes pensando que obtendrían un beneficio económico, por ejemplo el famoso cuerno del que nunca más se supo, el resultado no podía ser más que el fue, lo que llegó para ser estudiado acabó siendo una masa informe y maloliente que poco después acabó por ser definitivamente destruida.

No obstante hubo una notable excepción, puesto que el cráneo junto con el maxilar superior si pudo ser salvado y acabó por ser depositado en el cercano museo marino de la ciudad, lugar en el que ha estado desde entonces, convirtiéndose en un reclamo de primerísimo orden para Tecolutla, famosa ya por su monstruo.

En la entrada podéis ver también fotos de ese espectacular cráneo, de forma que os sirva para pensar vosotros mismos con qué teoría creéis que encaje mejor.

Lo interesante de este caso es que esos restos son una prueba real y palpable y por tanto ahí están para quien quiera estudiarlos en busca de la tan deseada identificación adecuada.

Mientras, los habitantes de Tecolutla siguen orgullosos de su popular monstruo, aunque la verdad es que la historia original en sí misma, poco a poco va quedando en el olvido.

Etiquetas:

Categorías: CriptozoologíaMonstruos