En no pocas ocasiones, los protagonistas de historias sorprendentes no son los animales más destacados o conocidos, encontrando a veces humildes y discretos actores en primera línea.

Entre las aves, seguro que si os pido citar algunas se os vendrán muchas a la cabeza y estoy por afirmar que si analizáramos una muestra amplia de respuestas encontraríamos bastantes coincidencias en las aves citadas.

Ahora, también apostaría que muy pocos, por no decir ninguno, habríais nombrado al principal protagonista de la historia de hoy, que no es otro que el discreto “Chotacabras”.

Englobados con este nombre se encuentra el orden de los Caprimulgiformes, con diversas especies extendidas por Europa y América.

Son aves tímidas y de hábitos claramente nocturnos, grandes devoradoras de insectos que cazan con sus grandes bocas, al estilo de cómo hacen de día los vencejos comunes.

Con sus plumajes grisáceos crípticos, que les camuflan en el suelo a la perfección, suelen estar a la espera en los caminos, para levantar el vuelo raudos cuando detectan alguna posible presa a su alcance. Ese comportamiento les ha valido también otro nombre con el que son conocidos en los países de Sudamérica, tal es el de “Tapacaminos”.

Mientras que su nombre común más habitual, el de chotacabras, a veces en algunas zonas también “Chupacabras”, viene dado por una creencia ancestral por la que se pensaba que con esas grandes bocas, estas aves tomaban leche de las ubres de las cabras.

En nuestra zona el representante más común es el chotacabras europeo (Caprimulgus europaeus), mientras que en la zona mexicana existe otra especie que probablemente sea la que se puede identificar con el protagonista de la leyenda que os relataré ahora, originada en la región maya de México, el chotacabras pauraque (Nyctidromus albicollis).

Os he de decir también antes que nuestro amigo es el centro de la historia con su nombre indígena, que es el de pájaro puhuy (O pujuy). Ahora ya sin más dilación, conozcámosla.

Cuentan que en un indeterminado pasado perdido en el tiempo, las aves no disponían de un gobernante entre ellas por lo que frecuentemente estaban enfrentadas pues todas creían merecer ese puesto.

El Gran Espíritu decidió entonces acabar con el tema y convocó una gran asamblea avícola con el objeto de elegir a una que se convirtiera en la gobernadora de todas las aves.

El pavo montés, Cutz, se postuló pronto para el cargo pues entendía que él poseía la fortaleza de carácter y la resistencia que eran necesarias.

Sin embargo, el ruiseñor, Xkokolch, pensaba que lo mejor era disponer del canto más dulce y refinado para poder transmitir las noticas y dar consuelo y ánimo a todos.

Por su parte, el cardenal rojo, Chac-Dzibdzib, opinaba que nadie como él con su plumaje escarlata y su intachable reputación, para tan alta labor.

Sin embargo, había otra ave que escuchaba en silencio a las demás mientras maquinaba un plan. Se trataba de Dzul-Cutz, el pavo real.

Hemos de hacer aquí un inciso para dar un par de datos que tienen una enorme importancia en la historia.

En aquel entonces, el pavo real no era como lo conocemos, puesto que no disponía de su espectacular plumaje en la cola y por el contrario era dueño de un canto mucho más melodioso. Por el contrario, el puhuy, el chotacabras, que está a punto de aparecer en escena, a diferencia de su aspecto actual tenía unas hermosas plumas multicolores en la cola.

Apuntado esto, el pavo reparó en que el chotacabras no estaba en la asamblea, quizá porque no recordó la convocatoria, por lo que se encaminó hacia su territorio.

Una vez lo localizó, le habló de todo el asunto pero con la particularidad de que le ofreció un trato para hacerse socios.

La idea era que el chotacabras quizá era demasiado pequeño para imponerse, pero él con su gran porte era el candidato ideal. Lo único, dijo el pavo, que para asegurar sus opciones lo mejor era que el chotacabras le prestara sus plumas de la cola.

Así, según él, nadie discutiría ya que era el candidato ideal. A cambio le prometió hacerle su mano derecha, su consejero principal y por supuesto quedaron en que una vez fuera elegido, el pavo le devolvería sus plumas.

El bueno del chotacabras creyó sus palabras y aceptó el trato. No tardó el pavo real con su nuevo y espectacular plumaje en presentarse de nuevo en la asamblea, provocando murmullos de admiración y envidia con su imponente aspecto y su melodioso canto.

El Gran Espíritu, no tuvo dudas y le nombró Gobernador de todas las aves, mientras que el pavo daba rienda suelta a su vanidad y comenzó a disfrutar de su nuevo puesto.

Los días fueron pasando y el chotacabras entretanto esperaba noticias del pavo real, que no  terminaban de llegar. Por su parte nuestro protagonista se había convertido en un pájaro gris y tímido, avergonzado por su nuevo aspecto sin sus plumas originales.

Comenzó a tomar hábitos nocturnos pues únicamente entonces se atrevía a volar por vergüenza y se fue haciendo más y más discreto y esquivo.

Mientras, el pavo real disfrutaba de la buena vida que le proporcionaba su cargo sin acordarse para nada del chotacabras y las promesas que le hizo.

Hasta que un buen día. Otra ave sorprendió de día al chotacabras antes de que pudiera ocultarse, como ahora solía hacer al paso de otros. Quedó sorprendida ante su aspecto y preguntó la causa. Cuando el ave gris le explicó cómo había sucedido todo, el visitante quedó indignado y corrió a contar la noticia a todos cuántos conocía.

No tardó el asunto en correr como la pólvora entre todas las aves, hasta llegar a oídos del mismísimo Gran Espíritu. Ante la intolerable acción del pavo real, le desposeyó de su cargo y además le despojó también de su melodiosa voz de tal forma que le quedara un quejido desacompasado, que desde entonces motivara la risa y la burla de los que le escucharan.

Así el pavo pasó a ser ya el que conocemos, con ese espectacular aspecto visual que es su principal seña de identidad, pero con ese desaliñado graznido que le caracteriza también.

Por su parte, el chotacabras se convirtió en el actual, con ese aspecto discreto pero con una particularidad. El Gran Espíritu quiso darle algún regalo y por ello, su plumaje a veces brilla con diversas tonalidades irisadas a la luz de la luna, en función de cómo la reciba, tal como sucede por ejemplo con algunas mariposas o las plumas negras de una urraca que pueden verse azuladas o verdosas según les de la luz.

En el caso del chotacabras, se puede hacer más evidente incluso mediante luz ultravioleta, lo que, debido a unos pigmentos llamados porfirinas, produce que brille con una fluorescencia rosada. Quién sabe si un recuerdo más del Gran Espíritu.

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