Seguramente, a la mayoría de vosotros, al igual que a mí, el oso polar os parecerá un animal majestuoso a la vez que uno de los predadores más impresionantes de la fauna terrestre.

Su tamaño, su fuerza, sus enormes zarpas con esas tremendas garras acompañadas de los no menos tremendos colmillos, lo hacen sin duda un animal colosal.

Pero entre tanta dimensión superlativa, hay sin embargo una parte que en comparación parecería un poco ridícula, como si estuviera fuera de lugar.

Hablo de su característica y minúscula cola, que parece no cuadrar mucho en tan soberbio conjunto.

Parecería mejor que a animal de tal porte le correspondería una gran cola estilo a la del león o quizás una peluda como la que luce su vecino el lobo ártico, pero desde luego no es así en la realidad.

Lo curioso del caso es que existe una antigua leyenda nórdica europea que viene a explicar el porqué de este detalle del oso polar.

Es la que os quería traer hoy aquí para darla a conocer, pues nos da un enfoque muy particular y yo diría que incluso con moraleja, sobre este aparente misterio.

La historia es como sigue. Veréis, hace mucho, muchísimo tiempo, en realidad los osos poseían una cola grande y peluda como la de otros carnívoros de su zona, en consonancia con su papel de principal predador terrestre.

Para el desarrollo de los acontecimientos que acabaron cambiando esto, habríamos de situarnos en un invierno indeterminado que resultó extremadamente frío incluso en aquellas latitudes.

De resultas de las inclemencias meteorológicas, hasta las focas, principal fuente de sustento de los osos, habían tenido dificultades para arribar a sus tierras y por tanto el alimento escaseaba como nunca para los plantígrados.

Un día, el señor de los osos se encontró por casualidad con su vecino el zorro ártico y no pudo por menos que fijarse en que llevaba las mandíbulas llenas de peces, por lo que con curiosidad y hambre se acercó hacia el cánido.

Le preguntó cómo era posible que hubiera conseguido tantos peces, a lo que el astuto zorro le explicó el truco con el que asegurarse la comida.

Le dijo al gran oso que en la superficie efectivamente la comida escaseaba, pero bajo el agua el lago estaba repleto de peces listos para pescar, tan solo había que saber cómo hacerlo.

Ante la curiosidad del gran animal, el zorro le instruyó en los pormenores. Le comentó que debía acercarse a la tierra helada por encima de la superficie y con sus garras cavar un hoyo hasta alcanzar el agua líquida.

Lógicamente además, para el oso esa tarea sería más fácil dadas sus enormes zarpas y garras, que superaban en mucho a las de su vecino.

Después el truco estaba en sumergir en el agua su propia cola y esperar un rato a que los peces se fueran acercando a mordisquearla. En el momento justo, al sacarla de golpe, con ella venían los peces que no había más que recoger después del hielo.

El oso pensó que era un plan ingenioso y fácil, por lo que agradeció al zorro que se lo hubiera contado. Eso sí, éste último le dio una importante recomendación para que tuviera muy en cuenta. Le previno encarecidamente para que no mantuviera la cola sumergida por más de cinco minutos, pues las bajas temperaturas podían causarle un daño irreparable.

El oso le prometió hacerlo así y tan pronto el cánido se alejó se dispuso a probar el ardid. No tuvo mayor problema en cavar el hoyo adecuado en el hielo y pronto se dispuso a meter su cola en el agua. En tres minutos le pareció sentir los peces y la sacó de golpe logrando una gran pesca, tal como le había dicho su vecino.

Al día siguiente repitió el proceso con el mismo resultado, dándose cuenta de que de esta manera lograría superar el crudo invierno sin que la faltara la comida.

Sin embargo, la mañana siguiente el oso comenzó a cavilar y le pareció que podría mejorar la técnica y sacarle más partido todavía. Se dijo que si haciéndolo así conseguía comida para un día, si mantenía la cola más tiempo en el agua, seguramente lograría tener comida para varios días sin tener que buscarla cada mañana.

Por ello y olvidando las recomendaciones del zorro, ese día mantuvo la cola en al agua por más de diez minutos, a pesar de que sentía el intenso frío. Sin duda había ahora a su alrededor muchos más peces y ya se relamía pensando en ellos.

Entonces la pareció llegado el momento y tiró con fuerza hacia arriba para sacar la cola del agua. Y sí, efectivamente un gran número de peces se desparramaron por el hielo, pero también sucedió algo terrible. El oso sintió un intenso pinchazo y con horror pudo ver cómo en el hielo junto a los peces estaba su preciosa cola completamente congelada y arrancada de su cuerpo.

El intenso frío la había hecho frágil como el cristal y al tirar para sacar la pesca, simplemente se había desprendido sin más, ante la desolación del plantígrado.

Sus ansias por conseguir mucha más comida rápidamente habían podido más que su prudencia y ahora tenía delante las dolorosas consecuencias, tal como le advirtió el más astuto zorro, que nunca forzó las cosas y por eso seguía teniendo intacta su cola.

Quiso además el destino que al tratarse del señor de los osos y por tanto el que tenía todos los derechos para aparearse con las hembras, de alguna manera su desgracia acabara formando parte de sí mismo con el resultado de que los sucesivos nuevos cachorros comenzaran a heredar desde el nacimiento esa característica, viniendo al mundo directamente con su particular cola corta.

Desde entonces, los osos polares son ya como los conocemos ahora y esa cola nos es más que el recuerdo de cuando aquel gran señor fue demasiado avaricioso y no tuvo la suficiente cabeza para administrar cabalmente el nuevo recurso que su vecino el zorro le había regalado.

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