Hoy os vengo a hablar de un amigo del hombre que lleva muchos años aquí y que en su tierra de origen tiene una significación muy especial que conecta directamente con los misterios del otro mundo.

Es realmente un animal curioso por su morfología y desde luego mucho más si nos atenemos a lo que se dice representa, por ello he pensado que os puede interesar conocerlo un poco más.

Para ello nos tenemos que situar en una tierra, en un país, extraordinariamente rico en mitos e historias de tiempos pasados, como es México.

Allí podremos encontrar una reliquia de tiempos pasados. En concreto se dice que los primeros ejemplares de su raza podrían venir de hace unos 7.000 años, con la particularidad de que en todo ese tiempo se ha mantenido prácticamente puro en cuanto a cambios producidos por la intervención humana, manteniendo el aspecto y las formas que le han hecho tan característico en la mitología mexicana.

Se trata de un perro. Sí un perro, pero no uno cualquiera, sino quizá la raza más mágica procedente del país hermano. Hablo del legendario “Xolo”.

Este nombre coloquial es en realidad una abreviatura de su nombre completo, “Xoloitzcuintle”. Como bien os parecerá, este vocablo un tanto complicado procede directamente de los antiguos aztecas y en realidad sería un nombre compuesto, que vendría de otras dos palabras, Xólotl e itzcuintle (o itzcuintli).

La primera vendría a significar extraño, raro, deforme, pero también es el nombre del dios del ocaso y la muerte, dios del inframundo, gemelo de Quetzalcoatl. Por otro lado, la segunda viene a significar perro. Tendríamos así perro raro, o extraño, pero también perro del inframundo. Recordemos esto último para más adelante.

Hablemos ahora en primer lugar de los puros aspectos biológicos de tan curioso can. En principio, quiénes no conocierais esta raza posiblemente os preguntéis el porqué de semejante nombre, el porqué de denominarle, feo o extraño.

Esto parte de una primera y evidente característica de los xolos de pura estirpe, como es el no tener pelo en todo el cuerpo, a excepción a veces de algún pequeño mechón en la cabeza, lo que ya de entrada le confiere un aspecto peculiar comparado con otras razas de perro comunes en la zona.

Su pelaje es en general liso de tonos oscuros, oscilando entre el marrón muy marcado, casi negro y el gris, aunque también pasan por colores tipo chocolate rojizo y a veces presentan pintas mezcladas de esos tonos, que pueden ser hasta blancas.

Esta notable ausencia de pelo, viene motivada por una mutación genética, que como curiosidad, también causa que estos perros no dispongan de premolares en su dentadura, lo que ha facilitado siempre a los arqueólogos identificar restos de esta especie cuando los han hallado en sus trabajos.

Pueden encontrarse tres subtipos según las zonas en las que estemos, existiendo así el xolo miniatura, el estándar y el gigante. Eso hace que tengamos ejemplares que rondan los 2 kilos mientras que otros se acerquen a los 20.

Sin embargo, la morfología general se mantiene similar en los tres tipos, con lo que encontramos que el xolo presenta una cabeza afilada con grandes orejas, cuello y cuerpo macizos y patas fuertes y no demasiado largas.

En cuanto a su comportamiento, es una raza amigable y fiel que acepta de buen grado la compañía humana, siendo además un perro de inteligencia despierta y vivaracho. Como curiosidad podemos añadir que es una de las pocas razas realmente originarias de México.

Sus llamativas características físicas junto con su manera de ser, hicieron destacar al xolo entre el resto de razas, siendo muy apreciado ya desde tiempos precolombinos, si bien es cierto que en aquel entonces incluso era utilizado como fuente de alimento.

Ya al llegar los primeros españoles a territorio mexicano, no pudieron por menos de sorprenderse al ver estos animales y el trato que tenían con los habitantes locales, reflejándolo así en sus crónicas, como por ejemplo hizo Bernardino de Sahagún, religioso y cronista expedicionario que, en el siglo XVI, describió aspectos tan curiosos como que los aztecas los tapaban con mantas para protegerlos del frío nocturno o que dormían con ellos, utilizándolos como si fueran bolsas de agua caliente vivientes para calentar sus camas.

Se llegaban a emplear incluso como curanderos pues se pensaba que eran capaces de saber dónde había algún mal en el cuerpo y señalarlo precisamente, para que el chamán pudiera proceder con la sanación correspondiente. En algunas regiones apartadas todavía hoy en día se tiene en consideración como ayuda esa aparente facultad de estos animales.

Sin embargo, lo que de verdad distingue a este can de otros es la significación mística que le empezaron a otorgar y por el que esta raza pasó a ser algo más en el acervo cultural del pueblo.

Es el momento ahora de recordar lo que os decía al principio. En la mitología azteca, como en tantas otras, existía también esa dualidad entre la luz y la oscuridad, aquí representada por los gemelos Quetzalcoatl y Xólotl, principales deidades.

Mientras que el primero representaba la luz, el segundo era, como dije antes, el señor del inframundo, o en su nombre original, el Mictlán. Gobernaba aquellos vastos y peligrosos espacios y a la vez vigilaba el paso de los espíritus de los muertos rumbo a su destino final.

Pero para esta última tarea, Xólotl busco un ayudante y este no fue otro que el bueno del xolo. Por eso la mitología afirma que el can fue en origen creado por el propio dios para que pudiera servirle fielmente en la labor de proteger a los vivos y sobre todo guiar los espíritus de los fallecidos por el Mictlán, de forma que pudieran alcanzar un puerto seguro hacia el cielo y no acabar en el infierno.

Como habréis notado de inmediato, esto también presenta similitudes innegables con otras culturas, pues esta figura de guía sobrenatural canino, podemos así mismo encontrarla por ejemplo en el Cerbero griego o el Anubis egipcio.

Fue tanto el peso que comenzó a tener el xolo en estos cometidos que comenzó a ser frecuente y de hecho numerosas excavaciones y reliquias así lo atestiguan, que en los enterramientos se introdujeran también pequeñas figuras cerámicas que representaban al perro, con la idea de que cumpliera fielmente su labor de guía para el difunto.

Son conocidos como “perros de Colima” por ser en sepulturas halladas en este estado mejicano donde más veces han aparecido, pero por extensión también se han encontrado en estados vecinos como Jalisco o en otras partes del país. Se considera por ejemplo que allí en Colima, cerca del 75% de las tumbas de la época preclásica contaban con figuras de xolos.

Esto refleja la importancia que adquirió el can en su labor de guía y ciertamente no era para menos, porque para el espíritu del difunto el proceso de atravesar el Mictlan no era algo baladí y se extendía a lo largo de nada menos que cuatro años desde el fallecimiento.

Para los que quedaban aquí, existía la obligación de realizar ofrendas diarias junto a los restos del desaparecido durante los primeros ochenta días y luego en los aniversarios, hasta completar los cuatro años. Para esas ofrendas se solían utilizar flores, pequeños objetos personales, comida, agua, e incluso figuras de xolos adicionales.

En cuanto al espíritu en sí, su paso a través del Mictlán era complicado por lo que la guía del xolo era fundamental. Tras bajar por unas empinadas escaleras, llegaba a un embarcadero dispuesto para atravesar el río Chiconahuapán, el río de las nueve aguas, en una barca en la que, además del guía también aparecían los perros que el fallecido hubiera tenido en vida.

Y, un aspecto tener muy en cuenta, aquí era importante cómo se hubiera comportado cuando era humano con esos canes puesto que quién los hubiera maltratado en vida, podía llegar a encontrarse con que le impidieran cruzar y por tanto no pudiera seguir su viaje y quedara atrapado en ese inframundo inconcreto.

Si conseguía finalmente hacer con bien la travesía del singular río, en la que entre otras cosas debería salir indemne por ejemplo del encuentro con un gran cocodrilo místico de nombre Xochitonal, tendría que atravesar también parajes desérticos e inhóspitos con un viento que transportaba esquirlas de obsidiana cortantes como cuchillas, llamado Itzeheccayán, aparte de afrontar otras pruebas que le acabarían conduciendo finalmente ante la presencia del señor y la señora de los muertos, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl.

Allí finalmente, tras haber pasado esos cuatro años de vicisitudes en su viaje por el inframundo, el espíritu conocería su destino para la eternidad. Sin llegar a este punto, hubiera quedado atrapado en un limbo perpetuo y sin la ayuda del fiel xolo le hubiera sido imposible solventar los peligrosos retos del Mictlán consiguiendo llegar a la meta.

Teniendo por tanto un papel tan importante en el bagaje mitológico y cultural como el que se le asignó, no es de extrañar que todavía hoy, el singular xoloitzcuintle sea tan apreciado por los mexicanos y considerado una parte importante de su patrimonio. No hay duda de que el fiel Xolo lo merece.

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