Hay una frase que todos hemos oído e identificamos rápidamente como referida al perro y esa no es otra que el famoso dicho de que es el mejor amigo del hombre.

Lo que seguramente haya muchos que no sepan, es el origen de esa aseveración que tan popular se ha hecho en todo el mundo.

Lo cierto es que tampoco es una frase que se haya transmitido durante incontables generaciones, puesto que el momento de su pase a la posteridad tuvo lugar como consecuencia de un suceso que acaeció hace algo más de 150 años.

Para conocerlo habremos de remontarnos al año 1869 y ubicarnos en el estado norteamericano de Missouri, para ser más exactos, dentro del condado de Warrensburg.

Vivía allí entonces un granjero de nombre Charles Burden, que era bastante conocido y apreciado por sus convecinos. Entre otras cosas era un buen cazador, lo que ocasionaba que fuera requerido para ayudar cuando alguno de los habitantes cercanos a su zona tenía problemas con los animales salvajes del lugar.

Contaba para esas labores con un fiel amigo al que adoraba, su querido perro de nombre “Old Drum”. Era un animal de raza Foxhound americano y por tanto muy adecuado para las tareas de caza.

En realidad, la unión entre el hombre y su animal era completa, siendo inseparables y compartiendo juntos cada momento del día.

Sin embargo, como suele suceder, siempre existe algún factor que hace por nublar esa felicidad. En este caso, ese factor era otra persona y además pariente del señor Burden. Se trataba de su propio cuñado, Leónidas Hornsby.

Éste era un rico hombre de negocios que vivía en la propiedad lindante con la suya y que había manifestado en más de una ocasión su antipatía hacia Old Drum, cuando no hacia el mismo Charles.

De esta manera, el 18 de octubre de 1869, se desencadenó la tragedia. Esa mañana y preocupado por no haber visto todavía a su perro, el señor Burden salió a patear su finca pensando qué podía haber ocurrido.

Al llegar a una zona cerca del límite entre las dos fincas hizo el peor descubrimiento de su vida. Su fiel amigo yacía muerto con la cabeza destrozada de un disparo. Desecho en lágrimas, Charles transportó el cuerpo de su can hasta la casa y acabó por darle sepultura en una zona cercana del jardín principal.

Unos días después y tras el duelo inicial, la cólera que había almacenado salió a flote. Para él no había dudas de que su cuñado era el responsable, pero lejos de vengarse personalmente, decidió acudir a la justicia

Así que ni corto ni perezoso, se presentó en el tribunal de su condado para interponer una demanda contra su cuñado, cosa que en principio no fue atendida con mucho celo por los servidores de la ley que casi con la risa en los labios, intentaron que desistiera de su idea indicándole que entablar un juicio por la muerte de un perro era poco menos que una pérdida de tiempo y haciéndole ver que además, en el inverosímil caso de que ganara, lo más que conseguiría según las leyes vigentes, sería que a su cuñado le multaran con 50 dólares.

Charles Burden les dijo que aquello no era por el dinero sino por hacer justicia a su fiel amigo y se reafirmó en la demanda, que hubo por tanto de ser tramitada.

Finalmente el juicio se celebró, pero como se preveía, Charles fue derrotado. No obstante, él estaba decidido, así que apeló a instancias superiores. No iba a dejar pasar las cosas como si nada.

De esta forma, el caso subió de categoría hasta llegar a la corte federal del estado de Missouri, en la que el mismísimo juez estrella de la misma, Foster Wright, se hizo cargo de la apelación.

Para tan señalada ocasión, el acaudalado Hornsby contrató a dos de los mejores abogados del momento, Francis Cockrell, que alcanzaría el puesto de senador de los Estados Unidos por Missouri, y Thomas Critteden, que incluso consiguió el cargo de gobernador del Estado.

Charles Burden, por su parte, contó con la ayuda de un abogado buen amigo personal aunque desde luego sin tanto caché como los anteriores, el coronel Wells Blodgett.

El 23 de septiembre de 1870, el juicio se inició y ya desde los primeros compases, Blodgett se dio cuenta de que se encontraban en desventaja, pues el juez quería despachar el asunto pronto y la fama de los abogados rivales también estaba teniendo su peso.

Pero entonces tuvieron un inesperado golpe de suerte que a la postre sería determinante. El coronel se enteró por pura casualidad de que justo en esas fechas se encontraba de paso por Warrensburg otro famoso abogado, George Graham Vest, que llegaría a ser asesor jurídico del presidente de los Estados Unidos.

Sin nada que perder, Blodgett logró una breve reunión con él y le expuso el caso rogándole se uniera a su equipo. Contra todo pronóstico, lo logró.

Resultó que el ilustre abogado era también un gran amante de los animales y el relato de la historia junto con el fervor del coronel le convencieron para tomar parte. Curiosamente, cuentan que además le hizo una solemne promesa: Si no ganaba el juicio iría a disculparse personalmente con cada perro del estado de Missouri.

Con el nuevo fichaje en el equipo de Burden, el juicio continuó. El juez estaba impaciente por despachar el asunto y la línea argumental de los abogados de la parte contraria, basada en que el valor monetario del perro era ridículo y por tanto estar allí era malgastar el valioso tiempo del tribunal, hacía presagiar un rápido desenlace desfavorable de nuevo para Charles Burden.

Sin embargo, cuando George Graham Vest se levantó pausadamente para realizar su alegato final, nadie esperaba que pasaría a la historia.

Desde el principio obvió por completo toda referencia económica y se centró en el hecho, un perro había sido muerto de una manera cruel y en las implicaciones para el señor Burden.

De su después famoso alegato, se ha perdido una parte, pero la que se conservó es lo suficientemente descriptiva como para que la reproduzca ahora en su literalidad:

En ese fragmento preservado, Vest afirmaba:

“…  Caballeros del jurado, el mejor amigo que un hombre pueda tener, podrá volverse en su contra. Su propio hijo o hija, a los que ha criado con amoroso cuidado, pueden ser desagradecidos. Aquellos que están más cerca y nos son más queridos, aquellos a los que les confiamos nuestra felicidad y nuestro buen nombre, pueden traicionarnos.

El dinero que un hombre ahorra puede perderse. La reputación puede ser sacrificada en un momento de acción impensada. La gente que está dispuesta a caer de rodillas para honrarnos cuando el éxito nos sonríe, puede ser la primera en tirar la piedra de la maldad cuando el fracaso nubla nuestras cabezas.

El único amigo absoluto y desinteresado que puede tener un hombre en este mundo egoísta, el que nunca es desagradecido o traicionero, es su perro.

Si señores. Con esto estoy diciendo que el perro es el mejor amigo del hombre.

¿Por qué caballeros del jurado? Porque el perro de un hombre está a su lado en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. El dormirá en la fría tierra, donde sopla el viento y la nieve se arremolina implacable, sólo para poder estar al lado de su dueño.

Besará la mano que no puede ofrecerle comida, lamerá las heridas y penas que el encuentro con la rudeza del mundo le ocasione. Guardará el sueño de su pobre señor como si fuera un príncipe. Cuando todos los demás nos abandonan, él permanece. Cuando la riqueza desaparece y la reputación se hace añicos, él es tan constante en su amor como el sol en su viaje por el cielo.

Si el destino lleva a su señor a ser un proscrito en el mundo, sin amigos y sin hogar, el perro no pide otro privilegio que el de acompañarlo para defenderlo del peligro y pelear contra sus enemigos. Y cuando el último de todos los actos llega, y la muerte se lleva a su amo, no importa si todos los amigos siguen su camino. Allí, junto a su tumba, encontraréis al noble perro, la cabeza entre las patas, los ojos tristes, pero abiertos en alerta vigilancia, fiel y leal aún en la muerte”.

Tras este brillante alegato y tan pausadamente como se levantó, volvió a su asiento. El efecto había sido demoledor. Los miembros del jurado estaban emocionados y casi en shock e incluso entre el público asistente no faltaron los que no pudieron contener las lágrimas.

Cuando se hizo público el veredicto, algo había cambiado. Hornsby fue multado con 450 dólares.

Sí, desde luego podemos decir que tampoco es que saliera muy mal parado, pero hay que tener en cuenta la época y que ese castigo económico pionero representaba nueve veces más de lo que marcaba la ley vigente, por lo que fue ampliamente difundido por la prensa de entonces y representó un punto de inflexión.

Entre otras cosas, el juicio hizo también que la frase de “El perro es el mejor amigo del hombre”, acuñada por Vest, pasara a hacerse universal.

Tan es así, que en 1958, justo frente a la corte de Warrensburg en la que tuvieron lugar los hechos, se erigió una estatua en memoria de Old Drum y su historia, que desde entonces preside la entrada de dichos juzgados.

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