En este rincón de la red hemos conocido muchas historias misteriosas que seguro os han podido sorprender. La que os traigo hoy no lo va a hacer menos, por cuanto tiene particularidades realmente extrañas.

Se trata de un incidente aislado y desde luego completamente inesperado por las circunstancias y el entorno, que tuvo lugar hace ya unos cientos de años.

En este caso además, el inicio de la historia no puede ser más prosaico y menos relacionado en principio con ninguna clase de fenomenología fuera de lo normal.

Viajemos en el tiempo para ubicarnos en el concurrido mercado inglés de la villa de Cambridge. Estamos en el día 23 de junio de 1626, víspera de San Juan.

Entre las muchas personas que por allí compran sus alimentos o simplemente pasean, se encuentra ese día el erudito y teólogo, Joseph Mede. En un momento dado, le llamó la atención un corrillo que se había formado alrededor de uno de los puestos de pescado.

Se acercó a curiosear qué despertaba el interés del público y cuando llegó pudo verlo rápidamente mientras a su vez preguntaba a uno de los presentes.

Al parecer, uno de los paisanos había solicitado un bacalao a la pescadera. Cuando ésta lo abrió para preparárselo al cliente, del estómago del pez salió algo absolutamente inesperado. Era un pequeño envoltorio de tela encerada que contenía ni más ni menos que un pequeño libro que resultó medir 100 x 170 mm.

Ante lo insólito del descubrimiento y espoleado por una curiosidad infinita, Mede hizo una oferta al primer cliente y logró comprar el bacalao, junto a su extravagante contenido.

Impaciente, volvió raudo a su despacho en el Christ’s College, para poder estudiar con más calma su adquisición sorpresa. El manuscrito resultó estar dividido en tres tratados o capítulos, que curiosamente y rizando el rizo de las casualidades, versaban también sobre teología, justo la materia de la que Mede era especialista.

Dichos tratados estaban denominados de la siguiente forma: “La preparación para la cruz”, “Una carta escrita a los fieles seguidores del Evangelio de Cristo” y “Un espejo para conocerte a ti mismo”.

Tras un concienzudo estudio, por los contenidos y el estilo literario, el erudito atribuyó el increíble libro a otro teólogo y reformador protestante que vivió unas décadas atrás, llamado John Frith, que por cierto acabó sus días encarcelado en Oxford, siendo finalmente quemado en la hoguera, precisamente por sus ideas y teorías.

Sin embargo, el libro no cayó en el olvido y de hecho acabó siendo replicado y publicado en 1627, bajo el elocuente título de “Vox Pisces”, es decir, “La voz del pez”.

Por supuesto, lo que nunca se pudo descubrir fue la manera en la que el manuscrito cuidadosamente envuelto acabó por terminar dentro del estómago de aquel bacalao. Es claro que de no haber sido pescado y de no haber coincidido que John Mede pasase por allí en el momento justo, seguramente nunca nadie habría tenido ocasión de leer esos escritos que sin duda representaban el pensamiento de su autor, Frith o cualquier otro que hubiera podido haber sido.

Se produjo una precisa cadena de acontecimientos sincronizados que al final determinaron que no fuera así, quizá como si algún poder superior decidiera que ese libro debía acabar viendo la luz. Y en esa cadena, el humilde bacalao tuvo sin duda un papel decisivo.

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