No hay duda de que una fuente fundamental de conocimiento cuando se trata de estudiar civilizaciones antiguas es el atento análisis de los restos arqueológicos que nos puedan haber dejado y hayamos sido capaces de encontrar.

De tipo tan variado como construcciones, herramientas, instrumentos, objetos de uso cotidiano, representaciones artísticas como esculturas o pinturas, textos escritos y también otras como tradiciones que hayan pasado de boca en boca, al final representan en conjunto una gran cantidad de información que nos ayuda a conocer mejor a nuestros ancestros.

Nos hablan de aspectos fundamentales de quiénes eran, en qué creían, cómo veían el mundo y en no pocas ocasiones también de su entorno y del medio en que habitaron.

Es evidente que una de las civilizaciones antiguas que más ríos de tinta ha hecho correr a lo largo de la historia, es la egipcia.

Son tantos y tantos los puntos de interés que podemos encontrar en su estudio que no voy tampoco ahora a hacer siquiera una improvisada recopilación, pues hay abundantísima información por todas partes sobre ello.

Por el contrario, sí me voy a fijar en un hecho concreto y aparentemente no destinado a formar parte de los grandes descubrimientos que salen en los telediarios, pero que dado que tiene que ver con nuestras temáticas, voy a comentaros aquí.

Va de la manera en que, tal como os explicaba al principio, el estudio en este caso de una antigua y conocida pintura, en concreto el friso denominado “Gansos de Meidum”, que se conserva en el Museo Egipcio de El Cairo, ha revelado un detalle zoológico inesperado.

Esta bella representación artística, fue descubierta en 1871 por el egiptólogo francés Auguste Mariette. Originalmente se hallaba decorando un corredor que llevaba a la cámara funeraria de Atet, la mujer de Nefermaat, príncipe que se supone hijo de Seneferu, primer faraón de la cuarta dinastía.

Este último mandó construir una pirámide, de la que queda todavía parte, en la población de Meidum, a unos 75 km hacia arriba por el cauce del Nilo, desde El Cairo. A su alrededor había también otros monumentos funerarios entre los que estaban las tumbas de Nefermaat y de la mencionada Atet, en la que se encontró inicialmente la pintura. Por ello se estima que debe rondar los 4.500 años de antigüedad.

Sabido es el respeto que los egipcios sentían hacia el medio ambiente y las criaturas que convivían con ellos. Prueba de ello es la abundante relación de animales que eran considerados sagrados o también algo que sí ha llegado ampliamente al público en general como su relación tan especial con los gatos.

Por supuesto algo tan importante para ellos no podía dejar de ser representado en sus obras artísticas y así son numerosas las que están dedicadas a algún animal. Ese respeto y conocimiento derivado de la observación y el estudio hace que sus descripciones puedan ser realmente precisas y realistas.

En el caso que nos ocupa, el friso de los Gansos de Meidum representa una escena que tal parecería una imagen de cualquier fotógrafo de Naturaleza moderno.

Podemos contemplar un grupo de ocas o gansos, representados con gran precisión en una actitud de lo más cotidiana. Dos, con plumas onduladas marrones y picos rojos miran hacia la izquierda, mientras que dos gansos de cuellos rojos y plumaje gris y encarnado les dan la espalda. A sus dos lados, otros dos ejemplares parecen pacer con la cabeza baja y ordenados simétricamente.

Por los plumajes minuciosamente representados y por comparación, parecería que los dos ejemplares que miran juntos hacia la derecha podrían ser machos y el resto, hembras.

Es destacable también que como en muchas otras obras, los animales están representados de perfil, rasgo típico egipcio. Decorativamente formarían parte de la fauna de los parajes de ultratumba que encontrarían los que llegan ahí, por ello se les representa de una forma perfecta.

Tampoco es accidental la composición del friso en dos grupos de tres animales cada uno. En realidad nos dice, al representarse el plural egipcio por tres trazos o grupos triples, que el número de aves que representa la obra es mayor e indeterminado.

El mural pasó con el tiempo al famoso Museo Egipcio de El Cairo, lugar en el que sigue, habiendo conseguido tener una gran consideración hasta el punto de que se le ha llegado a asimilar por comparación como artísticamente significativo, nada menos que con la Gioconda de Leonardo da Vinci.

Sin embargo, sin entrar en la belleza y perfección de la pintura, hay otro punto que resulta interesante y que alguien se encargó de descubrir al mirar con otros ojos la composición y en concreto los gansos.

Resulta que un buen día fijó sus ojos en el friso un inquieto y perspicaz paleontólogo, Anthony Romilio, investigador asociado del Dinosaur Lab, en la Universidad australiana de Queensland.

Especialista en la búsqueda de antiguas especies, no únicamente saurios, a través del estudio de todo tipo de restos arqueológicos, Romilio quiso fijarse en la minuciosa recreación de las aves, ya que en principio no le recordaba a ninguna especie de las existentes en la zona, ni tampoco a otras que conocía de diferentes pinturas egipcias.

Entonces, para asegurarse, aplicó un método conocido como “Criterio Tobías” y analizó de esa forma a los gansos de Meidum.

¿En qué consiste dicho método? Habrá que decir en primer lugar que recibe su nombre del doctor Joseph A. Tobias, del Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford, su creador. Éste se propuso definir una metodología específica que permitiera obtener un criterio cuantitativo para poder delimitar especies, especialmente centrada en las aves.

Sin extenderme demasiado, el criterio Tobías desarrolla métodos cuantitativos para una técnica clásica en zoología sistemática, como es el uso de la divergencia entre especies como criterio para evaluar el estado taxonómico de otras derivadas o similares.

Se calculan los niveles medios de diferenciación en múltiples caracteres fenotípicos, incluidos la biometría, el plumaje y la voz, para 58 pares de especies simpátricas, es decir que viven en las mismas o solapadas zonas geográficas, de 29 familias de aves. Luego se usan estimaciones de divergencia media que desarrollen criterios para la delimitación de especies por medio de umbrales basados ​​en datos.

De esta forma y de nuevo sin profundizar demasiado, se consiguen unos baremos que permiten “medir” similitudes y diferencias entre ejemplares y por tanto delimitar su pertenencia a una u otra especie, distinguiendo entre ellas.

Si lo queréis más simplificado todavía, digamos que mediante este criterio se pueden identificar especies de una manera bastante objetiva.

Pues bien, cuando Anthony Romilio, aplicó este método a las aves representadas en la pintura, se llevó una buena sorpresa, porque los resultados indicaron que aquellos gansos no concordaban con ninguna especie actual, ni siquiera antigua. Es decir, en esa pintura se encontraba la imagen de una nueva especie de ganso hasta ahora desconocida y por tanto supuestamente extinta, pero que obviamente debía existir todavía en el momento en el que se realizó la obra.

No se ha encontrado un ave igual en ninguna otra pintura, por lo que ese detalle aporta a los Gansos de Meidum un valor adicional desde el punto de vista zoológico. Para Romilio fue una sorpresa el descubrimiento, pues nadie había caído en ello, pero si hablamos con propiedad, no el fenómeno en sí, puesto que ya había catalogado otras especies en diversas obras de arte egipcias, que estarían en la misma categoría de no tener representantes en la actualidad.

De hecho y a raíz precisamente de este caso y de que haya llegado mejor a los medios, Anthony Romilio ha publicado un libro “A guide to extinct animals of Ancient Egipt”, en el que describe sus interesantes descubrimientos en esta área y de cómo cree haber reconocido otras especies de aves y mamíferos que existían todavía en tiempos de los antiguos egipcios, pero que ya no están entre nosotros.

Como él comenta, Egipto no siempre fue predominantemente desértico y tuvo gran biodiversidad, en la que se incluían especies hoy en día extintas. Su antigua cultura surgió cuando el Sáhara era todavía verde, cubierto de praderas, lagos y bosques, que estaban repletos de diversos animales, muchos de los cuales estaban representados en tumbas y templos. Hasta ahora, la ciencia únicamente ha confirmado la identidad de relativamente pocas de estas especies.

Los Gansos de Meidum nos permiten ampliar nuestras miras en el estudio animal, al darnos cuenta de que desde una parcela tan aparentemente poco conectada como la artística, pueden surgir misterios zoológicos que estaban ahí delante de nuestras narices y nos hacen de nuevo preguntarnos cuánto sabemos realmente de nuestros tiempos pasados y por ende de los de los animales.

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