Mary Toft.En ocasiones los misterios acaban por ser revelados de una manera diferente a cómo parecían ser y también a veces se descubre que el supuesto misterio no era tal.

Eso es lo que ocurrió en 1726 en la localidad de Godalming, perteneciente a la región de Surrey, en Inglaterra, con un caso que conmocionó a toda la sociedad inglesa de la época y que alcanzó la máxima notoriedad posible en una época en la que aún no existían Internet y las redes sociales.

Hablo de la increíble historia de Mary Toft, una lugareña que llegó a convertirse en uno de los personajes más célebres del país británico.

¿Qué fue lo que llegó a hacerla tan popular? Pues ni más ni menos que ser capaz de dar a luz a todo un batallón de… ¡Conejos!

Al parecer todo había comenzado en el otoño del año anterior, cuando Mary, que estaba trabajando en el campo, descubrió cerca de ella varios conejos saltando y jugando. Esa noche ella soñó con conejos.

Por aquel entonces parece que era un alimento que las personas de escasos recursos como Mary, no podían permitirse, por lo que comenzó casi a obsesionarse con las ganas de comer conejo y a soñar casi a diario con ello.

Logró a duras penas ir conviviendo con ello y casi hasta a controlar esa obsesión, pero sin embargo, en Agosto de 1726, las cosas comenzaron a ponerse mal de verdad. Habiéndose quedado embarazada, no pudo seguir adelante y sufrió un aborto, pese a lo cual los síntomas de embarazo persistieron.

A finales de Septiembre su vecino fue llamado con urgencia, encontrando a Mary con contracciones y presa de fuertes dolores. El hombre corrió a avisar a la partera local, que al llegar se encontró con un siniestro espectáculo, pues Mary estaba dando a luz lo que parecían trozos como de un gato. Asustada pidió llamar al médico y también partero de la localidad vecina de Guildford, John Howard.

Éste llegó a tiempo de ver como la mujer continuaba expulsando partes de algo parecido a un gato, pero el médico se mostraba escéptico y manifestó que antes de creer en ningún fenómeno paranormal debía esperar hasta que Mary alumbrara algo más reconocible. Por fin la parte final del ser acabó apareciendo, pero no era la cabeza de un gato, sino la de un conejo.

En las semanas siguientes, Howard tuvo que volver constantemente a casa de María mientras ella seguía dando a luz partes de conejo. De hecho llegó a obsesionarse tanto con el tema que se llevó a María y la hospedó en su propia casa un tiempo para no tener que estar todo el rato viajando entre pueblo y pueblo.

Para el doctor y dado que los fenómenos continuaban, había lugar a pensar, en tradición con algunas corrientes de pensamiento de la época, que el poder de la obsesión de Mary Toft por la carne de conejo había producido esos misteriosos fetos, que por otra parte pensaba que aparecían desmembrados por la fuerza de las contracciones propias del parto.

Pero como en cualquier caso no se veía capaz de poder dar con una explicación definitiva escribió varias misivas que dirigió a personas influyentes de Londres a la espera de alguna ayuda y mientras él seguía recopilando todos los datos que podía.

Algún tiempo después uno de esos hombres eminentes hizo el viaje desde Londres a Surrey. Pudo conocer los sucesos de primera mano y a su vuelta transmitió las noticias al propio rey Jorge I, quien quedó tan intrigado que encargó al astrónomo y matemático Samuel Molyneux que hiciera un viaje hasta allí para averiguar qué estaba pasando.

St. André.Este último, dado que a pesar de su amplia formación científica no era médico, pidió a su amigo Nathaniel St. André, un galeno que frecuentaba los ambientes de la corte, que fuera con él para ayudarle en la investigación.

Ese invierno de 1726 los dos hombres llegaron a Guildford, a la casa de John Howard donde aún se hospedaba Mary Toft, en el momento en el que ella iba ya por su parto de conejo número quince.

Según cuentan pudieron observar cómo el cuerpo de la mujer comenzaba a retorcerse y contorsionarse. Sus estertores eran tan fuertes que su ropa se le salía del cuerpo y tuvo que ser sujetada. Su vientre saltaba como loco en lo que según Howard eran los movimientos de los conejitos dentro del cuerpo. En una ocasión se observaron esos movimientos durante casi dieciocho horas.

Pronto los dos recién llegados tuvieron en sus manos la nueva criatura que había salido del interior de Mary, con todo el aspecto de ser una cría de conejo de un par de meses, si bien nació muerta. Rápidamente comenzaron su disección y al poner un pulmón en agua observaron que flotaba, señal de que había aire dentro y por lo tanto el ser había llegado a respirar. También encontraron heces en su tracto intestinal lo que indicaba que incluso había llegado a hacer alguna comida.

St. André dirigió luego su atención hacia la madre y pudo comprobar que sus pechos producían una especie de leche aguada. Luego tras palpar su estómago encontró una zona dura en su lado derecho, por lo que concluyó a modo de teoría que los conejos se habían empezado a criar en las trompas de Falopio de la mujer para luego pasar a su útero a terminar de desarrollarse.

Se retiraron a su posada, más esa misma noche hubieron de regresar con urgencia pues Mary estaba teniendo violentas contracciones de nuevo. De nuevo acabó pariendo otro conejo.

Tras haber contemplado en primera persona los fenómenos, los dos hombres regresaron a Londres no sin llevarse muestras en frascos de algunos supuestos descendientes de Mary, que el doctor Howard había conservado.

A finales de 1726, toda Inglaterra incluido el propio rey estaban al tanto de la extraordinaria historia.

A primeros de 1727, el rey mandó hacia Guildford a un segundo enviado. Esta vez el elegido fue el doctor Cyriacus Ahlers, cirujano personal suyo.

Cuando éste llegó, Mary acababa de dar a luz a otro conejo desmembrado más, pero cuando el médico la examinó no pudo hallar rastro alguno de embarazo en la mujer.

Pronto comenzaron de nuevo los dolores para ella con contracciones tan violentas como siempre, tras las que expulsó como un puñado de huesos rotos y como un cuerpo carnoso, al terminar de tirar el médico sacó la parte frontal de un conejo más. A esas alturas era ya su alumbramiento número dieciséis.

Tras esto el cirujano volvió a Londres con los restos y al llegar tuvo noticia del nacimiento número diecisiete. Sin embargo el médico no terminaba de estar convencido de que lo que pasaba allí fuera algo sobrenatural.

Mary Toft caricatura.Se creó una buena controversia en la corte entre quienes sí lo veían, como St. André, y los que dudaban como Ahlers, por lo que se reclutó a un nuevo experto para obtener una nueva y esta vez esperaban que definitiva opinión. La persona sobre la que cayó la responsabilidad fue Sir Richard Manningham, con una merecida e intachable reputación científica y miembro destacado de la Royal Society, que además era uno de los hombres comadrona más solicitados de Inglaterra.

Así pues, Manningham tomó rumbo hacia Guildford acompañado del propio St. André, que tampoco quería que todo se demostrara al final un fraude pues era él el que había presentado el caso ante el rey.

Cuando llegaron fueron directamente a reconocer a Mary. Observaron que sus pechos filtraban leche ligeramente y que su estómago estaba suave. Al examinarla ginecológicamente, Manningham descubrió que la comunicación entre la vagina y el útero estaba cerrada por lo que estaba lejos de dar a luz criatura alguna. El científico preguntó después por esos movimientos que se producían en su vientre pero no pudo observar ninguno directamente, por lo que envolvieron su estómago en paños calientes tras lo que efectivamente el vientre de Mary comenzó a agitarse y convulsionarse, si bien no se produjo ningún nacimiento.

Se fueron a cenar a la taberna del pueblo, pero al cabo de una hora se presentó allí el doctor Howard con algo envuelto en papel que acababa de dar a luz Mary. Manningham lo examinó y montó en cólera pues dijo que eso no era más que una vejiga de cerdo y que además apestaba a orina. Howard le contradijo, por lo que decidieron extirpar la vejiga de un auténtico cerdo de los que había para cocinar, en el almacén de la taberna. Cuando pusieron una junto a otra no cupo duda: las dos piezas eran idénticas.

Por ello después de cenar volvieron los tres a la casa. Manningham volvió a examinar a Mary, sintiendo un pedazo de carne en su interior, tras hacer fuerza para extraerla encontró otro pedazo de vejiga de cerdo. El especialista aseguró que no había manera de que eso hubiera salido del útero de Mary pues la comunicación con su vagina seguía cerrada, por ello no tuvo reparos en decir que la vejiga sólo podía haber sido introducida desde el exterior y por tanto todo era un fraude.

Comenzó una acalorada discusión entre Manningham, St. André y Howard mientras Mary se deshacía en lágrimas, pero al final y dado que parecía que la mujer podría dar pronto de nuevo a luz, convencieron a Manningham para volver todos a Londres, Mary incluida, con el fin de esperar a ver qué más pasaba.

La instalaron en una casa de baños pública en Leicester, que a veces hacía también de maternidad y St. André no tardó en invitar a toda la sociedad científica de Londres para que pudieran contemplar en directo el previsto nacimiento del que sería el hijo conejo de Mary número dieciocho. La expectación era máxima y la casa estaba siempre llena de gente de lo más variopinto, hasta llegar a decirse que no quedó ni un solo hombre, mujer o niño en Londres que no hubiera pasado por allí. La prensa local no hablaba de otra cosa.

Tras tener a todos en vilo varios días, el vientre de Maryy volvió a convulsionar pero no pasó nada. Sufría además una infección ginecológica severa seguro que producto de tantas manipulaciones, por lo que este esperado conejo se resistía a salir.

Entretanto y ante la relevancia que estaban adquiriendo los hechos, la justicia inició una investigación paralela. Pronto descubrieron que a la par que Mary comenzaba a alumbrar conejos sin parar, su esposo Joshua había estado visitando todos los granjeros y carniceros de los alrededores de su localidad, comprando cada conejo que le quisieron vender, tanto vivos como muertos, cuanto más pequeños mejor.

También resultó que se sorprendió al conserje de la casa de baños en la que habían hospedado a Mary intentando llevarla un conejo muerto. Cuando le preguntaron dijo que sólo era para comer.

A estas alturas Manningham estaba convencido de que toda la historia no era más que un elaborado fraude desde el principio, así que redobló los interrogatorios con Mary intentando convencerla de que sabían que todo era mentira y que sería mejor que confesara, para poder volver a su vida normal y que todo se olvidara.

Ella seguía insistiendo que no había fraude alguno y todo era real, pero pasaron varios días y continuaba sin dar a luz a ningún conejo más. Finalmente Manningham cambió de táctica y le dijo a Mary que dado que no se llegaba a ninguna solución tendría que investigar más y que para ello sería necesario hacerle varias pruebas médicas nuevas muy dolorosas e incluso peligrosas, pero que sería la única manera de poder llegar a la verdad.

Confesión de Mary Toft.Finalmente, enfrentada a esta nueva posibilidad, Mary acabó por derrumbarse y confesar que efectivamente todos los supuestos nacimientos eran producto de un elaborado montaje. Al parecer la idea la había tramado su madrastra con el fin de conseguir unas pensiones que en algunos casos el rey había otorgado a personas con enfermedades o con problemas físicos que les hicieran ser calificados en la terminología de la época como monstruos o prodigios.

Mary Toft acabó en la prisión de Bridewell, donde curiosamente la gente seguía acudiendo a visitarla. Tiempo después fue puesta en libertad y regresó a su pueblo, donde embarazada de nuevo tuvo esta vez un parto perfectamente normal dando a luz una niña.

Cuando finalmente Mary murió en 1763, su necrológica fue publicada por los principales y más prestigiosos diarios ingleses.

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