En la entrada anterior os contaba el inquietante caso de los Lowe y su encuentro con aquellas extrañas aves que les pusieron en apuros.

Si recordáis, tanto ese suceso como el que vivieron el grupo de amigos a los que también hacía referencia, ocurrían dentro del estado norteamericano de Illinois.

Pues bien, quisiera completar esos datos con otros que a buen seguro os van a resultar igual de inquietantes.

Porque resulta que ya desde hace muchos años Illinois tiene su propio folklore antiguo relacionado con seres alados misteriosos.

Su territorio estuvo antaño ocupado por diversas tribus indígenas y es en una de ellas en la que me quiero centrar. Se trata de los indios Cahokia, que eran una de las culturas más antiguas, pues de hecho se estima que ya estaban presentes hacia el siglo XIII, aunque como la mayoría, con el paso de los siglos y sobre todo la llegada de los blancos, fueron despareciendo y diluyéndose mezclados con otras tribus.

Formaban parte de un conglomerado mayor de pueblos algonquinos que se denominaban a sí mismos los Illini, que viene a ser algo así como “los hombres”. Fueron estos nativos los que acabarían dando nombre al propio estado de Illinois.

En su época de máximo esplendor ocupaban un territorio nada desdeñable, enclavado entre las cuencas de los ríos Mississippi e Illinois y eran unos indios con un notable nivel social y cultural para los tiempos en los que vivieron. La zona se puede ver en el mapa al lado, que procede del siglo XVIII.

Aunque hace muchos años que desaparecieron como cultura, por suerte sus historias, mitos y leyendas consiguieron sobrevivir transmitidos de viva voz y recogidos en principio por los primeros hombres blancos que fueron arribando a aquellas tierras.

Uno de los más destacados fue el jesuita Jacques Marquette que realizó un cuidado y minucioso diario de su expedición por el Mississippi junto al explorador de origen francés Louis Joliet, hacia finales del siglo XVII.

Es en concreto en 1673 cuando el padre fecha su descubrimiento de la mitología Cahokia y especialmente de algo que le llamó poderosamente la atención cuando se aproximaron a unos cantones rocosos sobre el río, cerca de lo que hoy es la localidad de Alton.

Descubrió allí, dibujados y coloreados sobre las rocas, unas gigantescas figuras que el propio Marquette describía así:

“Vimos en uno de ellos dos monstruos alados pintados que al principio nos asustaron, y sobre los cuales los salvajes más audaces no se atrevieron a descansar sus ojos. Son tan grandes como un ternero, tienen cuernos en sus cabezas como los de un ciervo, una mirada horrible, ojos rojos, una barba como la de un tigre, una cara algo así como un hombre, un cuerpo cubierto de escamas verdes, rojas y negras y una cola tan larga que rodea todo el cuerpo pasando por encima de la cabeza y volviendo entre las piernas, terminando en la cola de un pez».

Cuando inquirió sobre aquellas temibles representaciones ante las que claramente los indios mostraban un gran respeto, por no decir pavor, resultó que eran denominadas los “Piasa Birds” y entroncaban directamente con la mitología Cahokia.

Esos dibujos, aparte de su componente religioso, eran como señales informativas que advertían a los extraños de que entraban en el territorio de la tribu y que estaba protegido por esos formidables seres.

Según el misionero contaba a raíz del conocimiento que le fueron transmitiendo los nativos, estas aves monstruosas habitaban junto con ellos, considerándose altamente inteligentes y unos espíritus del lugar a los que debían respetar pues podían ser una terrible amenaza hacia ellos, pero también ayudarles si lo necesitaban, cuidando de ellos y sus tierras.

Volaban sobre su territorio con un gran estruendo al agitar sus poderosas alas, mientras hacían sus batidas para cazar, pues eran carnívoros. Su sola presencia producía el pánico entre toda la fauna de los alrededores que corría a ocultarse tan pronto los oían.

Una idea de lo que encontró el padre Marquette podéis tenerla con la imagen lateral, que muestra una antigua litografía del explorador y artista J.C. Wild, que estuvo por aquella zona en 1841. Son las rocas de Alton y el aspecto de las pinturas antiguas. Como curiosidad, las siluetas que se aprecian permiten apreciar el tamaño que tenía el conjunto.

Sobre el Piasa primigenio, hay una leyenda entre la rama principal de los Illini que cuenta cómo en los albores, las aves se alimentaba principalmente de carne humana, siendo por tanto la pesadilla de todas las tribus de la región, pues no había manera de enfrentarse a semejantes seres. De hecho parece que el nombre Piasa viene a significar en el antiguo dialecto local algo así como “El pájaro que devora a los hombres”.

Había en aquella época un jefe guerrero local llamado Ouatoga, que no se quitaba de la cabeza la idea de proteger a su gente.

Para ello subió en solitario a la montaña y estuvo ayunando varios días en la espera de poder comunicarse con el Gran Espíritu. Entonces, una de las noches, éste se le apareció y le ordenó seguir una serie de instrucciones.

Le dijo que volviera a su casa y allí seleccionara a sus veinte mejores guerreros, los dotara de arcos y flechas envenenadas y los enviara a un punto específico de la montaña, donde debían permanecer ocultos.

Al mismo tiempo debía elegir a otra persona de la tribu que serviría de cebo para el Piasa, por lo que iba a correr un serio peligro.

Ante eso, el jefe sintió que no podía pedir algo semejante a nadie de los suyos y por tanto decidió valientemente ser él mismo el que ocupara ese arriesgado puesto.

Y así, se expuso en lo alto de los riscos completamente al descubierto mientras entonaba la canción de la muerte de los guerreros. El Piasa lo descubrió y se lanzó en picado sobre el indio que se aprestó a enfrentarse a su destino a pie firme.

Entonces, justo cuando sus garras se aprestaban a cerrarse sobre Ouataga, de los árboles cercanos surgieron los veinte guerreros que al unísono lanzaron una oleada de flechas contra el ave, logrando abatirla sin que su jefe sufriera daños.

Desde entonces, los Piasa restantes dejaron de atacar siempre a los humanos y comenzaron a cazar otras presas, variando sus costumbres y comportamiento hacia aquellos que los blancos acabarían conociendo para crear esos iniciales relatos.

Con el paso de los siglos y posteriores estudios modernos se ha podido comprobar que en las primitivas representaciones que se han encontrado, los seres poseían una forma que recordaba más a las de los reptiles, pero eso fue evolucionando hasta llegar a las imágenes que nos han llegado hasta ahora y que representa seres que muestran más características de mamíferos en su morfología.

Se cree también que los Piasa Birds podrían ser el origen de otro ser mítico como es el “Thunderbird”, compartido ya por varias tribus nativas y muy representativo de la mitología norteamericana, siendo para algunos la imagen del ser superior que creó toda la vida en la Tierra.

Con el paso del tiempo, la climatología, la falta de cuidados y el vandalismo, hicieron que aquellos dibujos originales acabaran despareciendo por completo a inicios del siglo XIX.

Sin embargo, años después y siguiendo cuidadosamente las descripciones que había, se volvió a pintar uno de ellos y desde entonces se ha mantenido permanentemente en buen estado, habiéndose convertido en un reclamo turístico de primer orden para todos aquellos que pasan por Alton.

Como última curiosidad relacionada con los avistamientos de criaturas en la zona, os comentaré que unas décadas antes de los cercanos sucesos de 1977 en Lawndale, la propia localidad de Alton vivió un momento álgido en 1948.

En ese año y en concreto durante el mes de abril, tuvieron lugar una serie de incidentes que a todos les hicieron recordar las antiguas leyendas Cahokia.

Comenzaron el día 4, cuando un coronel del ejército de nombre Walter F. Siegmund, que estaba hablando con un vecino, observó frente a ellos algo inesperado en el cielo y que según contó después era sin duda un ave, no un avión, que volaba en dirección al noreste. Capacitado observador, el coronel estimó que sin duda su tamaño era desmesurado, mucho mayor que nada que hubiera visto nunca.

Pocos días después, el día 10, un hombre que circulaba en su camioneta contó a la policía cómo pudo ver un ave realmente gigantesca que le sobrevolaba por unos segundos para acabar desapareciendo después tras unas lomas cercanas.

Y por último, el día 24 se produjo la observación que pudo ser contemplada por mayor número de testigos y además bien cualificados, puesto que el aeródromo local fue atravesado en vuelo por varias aves desconocidas y como en los casos anteriores de un tamaño colosal.

Fueron observados por varios instructores de vuelo y alumnos, bien familiarizados con el cielo y a pesar de todo sorprendidos por lo que pudieron ver. Alguno comparó con toda precisión la sombra que proyectaban con la producida por una avioneta Piper Club a 150 metros de altura, lo que da cuenta de la desmesurada envergadura de las aves.

Quién sabe, quizá todas aquellas aves también se habían acercado hasta allí para visitar la representación de su antepasado, el Piasa Bird.

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