En unos momentos tan oscuros como los que nos está tocando vivir por todo lo ancho y largo de este mundo, permitidme que os cuente hoy una humilde historia amable, con el deseo de, al menos por un momento, haceros esbozar una pequeña sonrisa.

Tan humilde como la propia historia es su protagonista, pues se trata de un simpático ratoncillo que hará como un año tuvo su minuto de fama gracias a su singular comportamiento.

Los hechos tuvieron lugar allá por el mes de marzo del pasado 2019, en la localidad inglesa de Gloucestershire. Allí vive un jubilado de 72 años, llamado Stephen Mckears.

Este hombre es aficionado a las pequeñas chapucillas y para ello dispone de un cobertizo anexo a su casa, que utiliza como taller. En una mesa de trabajo tiene las habituales cajas de plástico que se emplean para guardar y organizar piezas y repuestos.

No era raro que después de haber pasado la tarde entretenido con alguna tarea, dejara algunas piezas aquí y allá, que recogía al día siguiente.

Sin embargo, al entrar al taller un día, vio que su mesa de trabajo estaba perfectamente ordenada sin piezas por encima. No le dio mucha importancia y simplemente pensó que había recogido el día anterior. Dedicó unas horas a su hobby y cuando se retiró a la hora de la cena, inevitablemente volvió a dejar algunas cosillas esparcidas por la mesa.

Cuál no sería su sorpresa al día siguiente cuando volvió a encontrar todo recogido. El hombre esta vez estaba seguro de cómo había dejado las cosas el día anterior, sin embargo no se explicaba qué había pasado. De todas formas continuó con su rutina habitual.

Lo mejor de todo, es que durante los días siguientes el fenómeno siguió produciéndose sistemáticamente. Ahora Stephen dejaba a propósito piezas encima de la mesa, para comprobar a la mañana siguiente que estaban colocadas en la caja. Cuando llevaba así un par de semanas y pese a no sentir ningún temor por la situación, sí llegó a pensar en algún momento que su cabeza le estaba jugando alguna mala pasada.

Un buen día no pudo más y le contó lo que estaba sucediendo a su vecino y amigo dos años menor, Rodney Holbrook. Éste en un primer momento no dio mucho crédito a lo que Stephen le contó. Sin embargo, el señor Mckears, le hizo verlo por sí mismo, dejando una noche piezas y tras cerrar el cobertizo con llave, abriéndolo al día siguiente junto con Rodney, de tal forma que él mismo pudo ver como efectivamente las piezas que dejaron esparcidas adrede estaban ahora colocadas.

Fue entonces cuando su vecino le sugirió comprar una cámara de vigilancia y dejarla grabando por la noche para ver si así conseguían resolver el misterio y eso fue lo que hicieron. La instalaron y configuraron y una noche, tras dejar las oportunas piezas en la mesa, la pusieron a grabar en modo infrarrojo, retirándose después como niños esperando a Papa Noel.

Y como ellos, no durmieron mucho esa noche impacientes por poder ver la grabación. Cuando se levantaron, ambos se reunieron en la puerta del cobertizo de Stephen y abrieron sin tardanza. Como esperaban las piezas estaban dentro de la caja, así que corrieron a coger la cámara para ver en casa el resultado de su vigilancia.

Cuando por fin vieron las imágenes no dieron crédito. Allí en la pantalla frente a sus ojos estaba la respuesta al enigma. Una respuesta con la que en modo alguno contaban puesto que el inesperado ayudante de Stephen era ni más ni menos que un humilde ratoncillo.

Sí, un ratón era el que noche tras noche se ocupaba de recoger todas aquellas piezas que podía transportar, para guardarlas ordenadamente en una caja. Los dos amigos quedaron atónitos y a la vez encantados con su descubrimiento.

Tanto es así que comentaron su hallazgo, que se fue corriendo de boca en boca hasta llegar a la redacción del Daily Mail, que decidió entrevistar a Stephen. Cuando el periódico publicó la historia en su edición digital, incluyendo el vídeo grabado por el señor Mckears, no tardó en hacerse viral, encantando primero a los británicos y luego al resto del orbe.

No se pudo determinar con exactitud el porqué del comportamiento del roedor. Sí es cierto que recolectan materiales para hacerse “nidos” o “camas”, en las que descansar y refugiarse, pero para ello emplean materiales adecuados, como papel, pajitas, hierba, vamos cosas blandas y confortables en general, desde luego no clavos, tornillos o piezas metálicas.

Y además, Stephen nunca encontró indicios de que el ratón, una vez ordenado todo, utilizara la caja para pernoctar o refugiarse, con lo que en realidad no había una explicación evidente para ese comportamiento concreto, que por otra parte no ha sido confirmado por otros vídeos caseros de personas que hubieran podido tener la misma experiencia, cosa que de ser más común sin duda hubiera sucedido hoy en día.

El hecho, según contaba el buen jubilado en alguna otra entrevista, es que en las semanas siguientes el simpático ratoncillo siguió con su labor, recompensada ya por el propio Stephen, que le dejaba además algo de comida todas las noches y que se hizo su amigo humano.

No tengo mucha más información posterior, toda vez que en este vertiginoso mundo de Internet las noticias van y vienen rápidamente, por lo que tan humilde historia no tardó tampoco mucho en pasar al olvido. Espero que Stephen y su ratoncillo sigan juntos y continúen su amable historia de amistad y colaboración.

Y sí, por supuesto no iba a terminar esta entrada sin mostraros aquel vídeo que dejó a todos con la boca abierta. Así que si no lo visteis entonces, aquí lo tenéis, con el sincero deseo de que al menos por unos segundos os provoque esa pequeña sonrisa.

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