Si en cualquier noche despejada de luna llena alzáis la vista hacia nuestro satélite acompañante, podréis fijaros en un curioso detalle.

Podría decirse que una zona de la superficie recordaría la figura de un gracioso animalito. Si queréis saber a qué me refiero, seguid leyendo y os explicaré una historia que cuenta el origen de algo así.

Dicen que en un tiempo verdaderamente remoto, en tierras centroamericanas, más bien en su cielo, alguien estaba ligeramente aburrido.

Y ese alguien no era otro que el gran Quetzalcóatl, el poderoso dios serpiente emplumado, el creador.

Es Quetzalcóatl sin duda, una de las principales deidades mesoamericanas y en este caso azteca, al ser de esa procedencia la historia que nos trae aquí hoy.

Su nombre proviene de la lengua náhuatl y está compuesto de dos vocablos. Por un lado,  “quetzal”, que viene a significar algo como pájaro emplumado y de hecho da en la actualidad nombre a uno de las aves más llamativas de la fauna americana, de un vivo color esmeralda.

Y en segundo lugar tenemos la palabra “coatl” que significa serpiente. De ahí las representaciones que nos han llegado del dios.

Pero no teniendo ahora intención de elaborar un tratado sobre la mitología e historia que rodean al dios Quetzalcóatl, sigamos con nuestro relato.

Como os contaba, al estar pasando una época de considerable aburrimiento en su  morada celestial, al dios se le ocurrió que para entretenerse podría ser una buena idea bajar a darse una vuelta por la Tierra.

Con el fin de poder pasar más desapercibido, decidió tomar forma humana y para acá que se vino. Unos días después andaba paseando por el lindero de un bosque, cuando se dio cuenta de que, dado que viajaba como hombre, había comenzado a sentir un apetito feroz.

Pasó así otro día entero y el hambre se le agudizaba, pero tampoco sabía muy bien qué llevarse a la boca. En esas estaba cuando reparó cerca de allí en un pequeño habitante del lugar que también se afanaba en buscar comida.

Era un humilde conejo que comía apresurado aquí y allá. Quetzalcóatl se acercó despacio y le habló. Con cuidado de no asustarlo le saludó y le preguntó qué estaba comiendo.

El roedor le contestó que comía hierba y que si quería también, había de sobra para los dos, sin embargo el dios le agradeció el ofrecimiento pero le indicó que no comía hierba.

Como le vio bastante fatigado y por supuesto sin saber que estaba frente al poderoso dios, el conejito le preguntó que cuánto tiempo llevaba sin comer, a lo que el hombre contestó que varios días seguidos.

Por ello y apenado, quiso saber qué comería si no probaba la hierba, a lo que la deidad le contestó que nada, que no se preocupara.

Ante aquello, el conejo le dijo asustado que no podía proceder así porque moriría de hambre, a lo que el otro pausadamente respondió que si así debía ser, así sería.

El humilde roedor se compadeció realmente del hombre y le hizo un increíble ofrecimiento. Para su gran sorpresa, le dijo que podía comerle a él para así sobrevivir. Al fin y al cabo no era más que un conejo y él un hombre, por lo que se ofrecía para ser su comida y que pudiera salvarse.

Ante tan desinteresada y altruista demostración, el dios no pudo por menos que revelar su auténtica naturaleza y mostrarse ante el humilde conejo en toda su magnificencia.

Mientras hablaban había caído la noche y una espectacular luna llena lucía en la bóveda celeste. Quetzalcóatl tomó entonces en sus brazos al animalito y lo alzó hacia la luna.

Con solemnidad anunció a todo el bosque que el pequeño conejo le había dado una enorme lección de bondad mejor que muchos hombres y por ello y para que todos recordaran su ejemplo a partir de entonces, su imagen quedaría grabada por siempre en la luna, de tal forma que los humanos y el resto de los seres no olviden su gesto cuando la contemplen.

Dicho esto devolvió al suelo al simpático conejito que volvió a la seguridad de su madriguera. Por su parte, tras haber comprobado que hasta las criaturas más pequeñas pueden tener un gran corazón, el dios decidió regresar de nuevo a su morada celestial.

Hasta aquí la historia, pero seguro que ahora os preguntaréis, ¿Hay un conejo en la luna? Pues la verdad, si queréis creer en la leyenda y observáis las dos fotos que os muestro a continuación, os remarco en amarillo la zona en cuestión en la segunda, quizá también os parezca ver la silueta de un humilde conejito sentado en su típica posición.

Es el premio del dios Quetzalcóatl por aquel acto de bondad desinteresada.

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