“Supongamos que la misión consiste en sugerir al perro que vaya hasta una mesa y traiga un libro que hay sobre ella. Lo llamo y acude. Tomo su cabeza entre mis manos como si estuviese inculcándole simbólicamente todo lo que hay en mi cerebro…

…Lo vuelvo hacia mí con gesto imperioso y lo miro a los ojos, a lo más profundo…Pongo mentalmente en su cabeza la imagen de la parte del suelo que lleva hasta la mesa y después las patas de la misma, el tapete que hay encima y por último el propio libro. El perro empieza ya a ponerse nervioso y trata de soltarse. Por último le doy mentalmente la orden: ¡Ve! Sale disparado como un autómata directo hacia la mesa y apresa el libro entre los dientes sin dudar. ¡Misión cumplida!”

Vladimir Durov.Esta cita corresponde a un pasaje del curioso libro  “Mis amigos cuadrúpedos y alados”, publicado en 1929 por el renombrado domador y entrenador de animales ruso Vladimir Durov (1863-1934), pionero en utilizar técnicas de condicionamiento y psicológicas para el entrenamiento y entusiasta investigador a la vez de la exploración de posibles facultades extrasensoriales en los animales.

Vladimir fue un miembro destacado de la familia Durov, dedicada al mundo del circo y que en las primeras décadas del siglo XX se hicieron famosos en toda Europa. Era un artista y adiestrador excepcional. Incluso fue recordado por Google en uno de sus famosos “Doodles” el pasado año cuando se cumplía el 150 aniversario de su nacimiento.

Capaz de hacer que sus animales realizasen todas las piruetas que él quería, sostenía que su éxito se debía en su mayor parte a su facultad de establecer contacto psíquico con sus animales. Por ello consiguió también fama como precursor en estos temas, siendo recordado en las décadas posteriores por más de un autor como por ejemplo el conocido Charles Berlitz, autor del Best Seller de 1974 “El Triángulo de las Bermudas”, quien lo hace en su libro de 1988 “World of Strange Phenomena”.

En cuanto al texto citado al inicio, correspondía a un ejercicio de los que solía repetir, especialmente con uno de sus animales con el que tenía una conexión especial y conseguía resultados increíbles. Se trataba de una perrita de raza Fox Terrier llamada “Pikki”.

La perra ya se había hecho famosa a través de sus actuaciones y su asombrosa capacidad para aparentemente ser capaz de adivinar el pensamiento o de comunicarse de manera telepática con Vladimir y seguir sus órdenes con gran precisión.

Sin embargo el espaldarazo definitivo para que se empezara a tomar en consideración desde el plano científico la especial relación de Durov con sus animales vino cuando el conocido neurofisiólogo Vladimir Bechterev (1857-1927), a la sazón director del Instituto para el Estudio del Cerebro de San Petersburgo, le invitó a dejarse estudiar junto con alguno de sus perros. El primero aceptó el reto y por supuesto Pikki fue una de sus acompañantes.

Vladimir Bechterev.Por ello Bechterev junto con un par de colegas más, diseñaron una serie de experimentos para poder evaluar con más consistencia cómo se producía todo el proceso. Rápidamente el neurofisiólogo pudo constatar según sus propias palabras que Pikki era extraordinariamente “viva y rápida”.

El procedimiento que decidieron seguir consistía en que Bechterev elegía una serie de instrucciones que comunicaba a Durov, el cual tomaba la cabeza de la pequeña Pikki entre las manos, miraba fijamente a sus ojos y grababa las instrucciones en su cerebro.

La perra era capaz, siguiendo al parecer tan sólo y al pie de la letra las instrucciones mentales de Durov e incluso del propio Bechterev o sus colaboradores, de realizar diversas tareas, como por ejemplo coger un pañuelo de manos de un espectador o un guante de las rodillas de otro, trepar a una mesa o mueble concreto, tocar con el hocico un determinado retrato colocado entre otros varios, o coger una partitura específica de un piano.

En todos los casos, se vigilaba muy mucho que todas las instrucciones se le transmitieran al animal exclusivamente con el pensamiento sin hacer ningún sonido, gesto o mirada que pudiera darle alguna indicación. Eso no impidió que el porcentaje de aciertos superara el 90%, algo directamente imposible de asumir como casual.

Como ejemplo de las pruebas que diseñaron, en una de ellas Bechterev sugirió que Durov hiciese saltar a la perrita sobre una silla determinada, subir a una mesa situada junto a aquella y rascar un cuadro colocado allí. Durov grabó las señales en el cerebro de Pikki, procedimiento en el que empleó varios minutos, y entonces empezó a actuar el perro.

“…Al cabo de unos segundos, Pikki saltó de su silla, corrió rápidamente a una que estaba junto a la pared y, con la misma rapidez, saltó sobre una mesita redonda, para a continuación, levantándose sobre las patas de atrás, tocar el cuadro con la pata derecha y rascarlo un poco con las uñas, exactamente como se le había ordenado” Reconoció Bechterev quien además pudo constatar que siguiendo las instrucciones de Durov, incluso él podía dar las mismas órdenes a Pikki también con éxito.

Fox Terrier.Una prueba muy curiosa que se le pidió realizar consistió en que Durov le ordenara atacar a un lobo disecado que se había colocado al fondo de la estancia, de espaldas a ellos. Tras recibir la orden, Pikki sin dudar se giró y atacó directamente al lobo con gran ferocidad. Después pensando que tal vez algo en la expresión del hombre pudiera haber desatado la fiereza de la perra, se le pidió que repitiera la prueba pero esta vez poniendo una expresión completamente sonriente y amable, cosa que los científicos comprobaron, en contrapunto con la orden de ataque que le volvió a dar mentalmente. A pesar del cambio radical en la expresión facial, Pikki siguió prestando atención únicamente a la orden mental y como resultado volvió a atacar al lobo disecado con la misma decisión y ferocidad que la primera vez.

Otra de las pruebas aún más espectacular consistía en colocar a Durov  y a Pikki en habitaciones contiguas aunque separadas. Con la perra entraba un colaborador que para mayor seguridad y evitar posibles interferencias no deseadas desconocía cuál iba a ser la orden que se le pediría a Durov transmitir desde la otra habitación.

Pues bien, para asombro de todos Pikki fue capaz de coger con la boca un periódico de una mesa y colocarlo después sobre una silla en el otro extremo de la estancia, exactamente como Vladimir le había ordenado mentalmente hacer desde la otra habitación.

Todo ello fascinó a Bechterev. ¿Podía Durov comunicarse realmente con la perra grabando instrucciones mentales en su cerebro, o por contra Pikki era una perra dotada de especiales condiciones psíquicas y era ella la que era capaz de indagar en  el cerebro del hombre?

Tan sorprendido quedó el científico que para completar su estudio no dudó en enviar más tarde a dos colegas a trabajar con Durov y Pikki en Moscú. Durov les explicó su procedimiento para dar órdenes al perro y los científicos realizaron sus experimentos con los ojos vendados o desde detrás de pantallas de metal. Pikki respondió a sus órdenes psíquicas, a pesar de los controles.

Vladimir Durov. 150 aniversario.Al final, las conclusiones a las que acabaron llegando los científicos capitaneados por Bechterev no pudieron por menos que dar testimonio de que efectivamente los animales y Pikki en especial eran capaces de seguir órdenes que aparentemente les eran transmitidas vía telepática. No quisieron mojarse del todo pues se guardaron el comodín de comentar que a pesar de que ellos no habían logrado detectar el menor indicio de fraude ni de gestos o señales ocultas convenidas, ello no quería decir que no se hubieran empleado algunas que a ellos les hubieran pasado inadvertidas.

De todas formas también dejaron la puerta abierta a que realmente todo lo sucedido fuera producto de un auténtico fenómeno de comunicación por medio de la percepción extrasensorial entre Vladimir Durov y sus animales y que por tanto tal comunicación era posible, como de hecho el propio Durov llevaba años sosteniendo.

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