Hace un par de entradas hablaba sobre el “Big Bird”, el enigmático ser que sembró el pánico en la década de 1970 por el estado norteamericano de Texas.

Una de las posibles explicaciones a los testimonios de los testigos tenía que ver con que se tratara de algún superviviente de una de las remotas especies de pterosaurios, los reptiles voladores que habitaron la tierra hace millones de años.

Recuerdo este dato, porque desde luego no es el único caso en el que estos prehistóricos animales parecen haber vuelto del olvido. Por ejemplo lo mismo sucede en una zona tan distante de Texas como la parte central de África y más en concreto Angola, la República del Congo y un distrito llamado Mwinilunga de la vecina Zambia, con epicentro en el pantano de Jiundu.

En esos parajes los pescadores nativos comparten historias y miedos con relatos en los que el denominador común es una extraña criatura que ellos denominan “Kongamato”, literalmente rompedor o destructor de botes en el idioma extendido por la zona.

La mayor parte de los testimonios recogidos en las crónicas locales durante decenas de años hablan de pescadores atacados desde el cielo mientras faenaban en el río, por un increíble ser alado, una especie de ave gigante de tonalidades marrón oscuro y dotada de un aterrador pico con infinidad de afilados dientes. Por supuesto no lo reconocen como ningún animal de su fauna local, que por otra parte conocen a la perfección.

Kongamato. RecreaciónLo que sí es significativo es que al serles enseñadas diversas ilustraciones de animales a varios testigos sólo reaccionan con miedo cuando ven la imagen de alguna especie de pterosaurio, mientras que no identifican ninguna otra especie ya sea prehistórica o actual como la responsable.

Esta esquiva criatura ha sido vista tanto por nativos africanos como por exploradores europeos y no es raro que aun hoy cuando una persona aparece con heridas hechas por un animal que no ha sido convenientemente reconocido, muchos apuntan al Kongamato, considerado realmente peligroso.

Además sus hábitos de ocultarse en la espesura hasta el momento del ataque lo hacen muy difícil de localizar de antemano.

Durante el pasado siglo XX y debido a las exploraciones de la época colonial, se documentaron no pocos casos de incidentes, graves en ocasiones, atribuidos a este animal.

En 1923, el autor inglés Frank H Melland (1879-1939) en su libro de éxito “In Witch Bound Africa”, sobre la vida y creencias de la tribu Kaondé, incluye todo un capítulo dedicado a describir cómo los nativos relataban sus terribles encuentros con el Kongamato que destruía sus botes de pesca y ponía en peligro sus vidas.

Dos años después, en 1925, un corresponsal británico de nombre, G. Ward Price, viajando junto con el futuro Duque de Windsor a Rhodesia del Norte (actual Zambia), escuchó y luego publicó la historia de un sirviente que refería como un hombre por él conocido fue herido por una criatura cuando entró en un pantano de la zona por donde se encontraban y que en las supersticiones locales se decía que era un nido de demonios.

Cuando aquel hombre regresó a su casa su mujer contempló aterrada la gran herida que tenía en el pecho. Al preguntarle le contó cómo una extraña ave gigante que nunca había visto lo atacó desde el aire con su largo pico. El corresponsal tuvo ocasión de entrevistarle y al mostrarle una imagen de un pterosaurio, el pobre hombre gritó aterrorizado saliendo a la carrera de la estancia.

Por su parte, el coronel del Ejército Británico, C. R. Pitman siguió la pista en 1942 de las historias que los nativos contaban sobre una gigantesca criatura voladora similar a un murciélago que vivía en un pantano al norte de Zambia. Cuando se desplazaba por el suelo su cola dejaba un rastro que los pobladores de la zona reconocían sin dificultad evitando acercarse.

Unos años después, en 1956, Un ingeniero de nombre J.P. Brown parece que llegó a ser testigo nada menos que del paso en vuelo de una pareja de Kongamatos cerca del lago Bangweulu, en Zambia. Dijo que los animales tenían sin duda aspecto prehistórico y volaban en silencio, calculó que tendrían una longitud de unos dos metros y una envergadura de ala como de un metro, con una cola larga y delgada y cabeza similar a la de un perro pero más alargada.

En 1957, se atendió en el hospital del fuerte Rosebery, también en esa zona, a un paciente que presentaba una grave herida en el pecho y que dijo haber sido atacado en ese mismo lago por una criatura voladora. Le pidieron que hiciera un boceto y lo que dibujo era en todo similar a un pterosaurio.

Incluso en 1988 el renombrado profesor y explorador Roy P. Mackal, autor de un buen número de libros, entre otros su éxito de 1976, “El monstruo del Lago Ness”, guió una expedición a Namibia en donde se habían dado a conocer diversos testimonios sobre avistamientos de una criatura con grandes alas sin identificar, que era vista generalmente al atardecer sobrevolando las elevaciones de la zona, sin embargo la expedición no logró conseguir evidencias tangibles, aunque un miembro del equipo llamado James Kosi afirmó haber visto una tarde al ser volando en el horizonte.

Son muchos los testimonios en varios países del área que cuentan cosas parecidas, aunque quizá por lo remoto de los parajes y la escasa tecnología existente en la zona no se ha conseguido todavía ninguna foto o filmación clara que pudiera arrojar más luz sobre este misterio, que para los habitantes de todos esos lugares no es tal pues están convencidos de que su alado vecino es bien real.

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